Sigur Rós + Amina (Madrid, 21-11-2005)
Tuvimos como entremés las canciones marcianas del cuarteto de cuerda que acompaña a Sigur Rós en sus conciertos, Amina. Las chicas representan la cara más naíf de Sigur Rós, de los que no se desmarcan más que para entrar en el terreno de otros islandeses, Múm. En directo ofrecen muchos fuegos de artificio con copas de agua, instrumentos improvisados como serruchos, mucho arco de violín, pero se traducían en temas demasiado largos y planos que se enredan alrededor del tedio del patio de butacas. Veredicto: exóticas pero aburridillas.
Tras ellas, el plato fuerte. Sigur Rós se presentó tras una cortinilla translúcida sobre la que se proyectaban sus sombras con distintos focos. Esta gente no es dada a los excesos visuales y esta visita no fue una excepción. Menos mal que semejante atrezo duró una sola canción porque, si normalmente se les tacha de fríos con el público (no se recuerda un set donde cruzaran con la concurrencia más de dos palabras, ¿cosas de las barreras lingüísticas?), todo un evento con un manto entre artistas y fans podría haber sido devastador para una banda que se sustenta en el calor que aportan sus seguidores a sus ambientes estériles.
Trece temas se dejaron escuchar de sus distintos discos. De Takk… (EMI, 2005) destacaron, como no podía ser de otra manera, Glosolí, con la que abrieron, y su primer single Hoppípolla. Pero los momentos álgidos de su actuación llegarían siempre que recuperaban el Agaetis Byrjun (Pias, 1999) del que, por fin, se dignaron a interpretar en directo Vidrar vel til loftarasa, hito que la gente supo agradecer con una apasionada ovación.
Hay quienes mantienen que esta gente está fuera de onda, que su rock experimental vive de la candidez y/o ignorancia de quien ve en ellos la recuperación de la ópera rock. Pero lo cierto es que, sea uno fan o no, todo el mundo debería ver a Sigur Rós en vivo, y si no, al menos en vídeo. El simple hecho de comprobar que no hay trampa en la voz de Jonsi, ni cartón en el juego de guitarras, ya lo justifica. O sencillamente para ver tres violines y un chelo, cosa inaudita en el actual panorama de melodías pregrabadas.
Después de un breve descanso y tras dejarnos sin Haffsol (siempre que vienen a Madrid tienen prisa por irse y nos dejan con un tema menos de los inicialmente previstos), acometieron como apoteosis final Pop Song, tema habitual de sus fin de concierto, que firma la sentencia por la que tienen tantos fans y confirma que son únicos a la hora de crear ambientes en los que crece la tensión hasta una explosión de furia.
Autor: Jorge García