[Reseña] Destroyer – Labyrinthitis
Con trece álbumes lanzados con su equívoco nombre, Destroyer es un buen ejemplo de banda a la que gustan los cambios estilísticos. Desde su aclamado Kaputt en 2011, que ya era su noveno álbum, parecía que la banda se había quedado felizmente enclavada en el sophisti-pop de los 80. Sin embargo para este nuevo álbum la formación canadiense ha optado de nuevo por salirse del guión, para ejecutar un álbum esencialmente disco.
Esa era la teoría. Realmente la pretensión de hacer de Labyrinthitis un álbum completamente disco («al igual que los grandes éxitos de Donna Summer») se quedó a medias, para bien o para mal. Escrito en gran parte en 2020 y grabado la primavera siguiente, el álbum encuentra a Bejar y a su colaborador frecuente John Collins, escribiendo y grabando de forma separada, el primero en la remota isla de Galiano y Bejar en la cercana Vancouver, enviando ideas de un lado a otro cuando las restricciones no les permitían reunirse. Contradictoriamente, a pesar del premeditado sonido dance – donde se supone que dominan samples y sintetizadores- y de la situación de cuarentena, y aunque todos grabaron en sus propios rincones aislados, es el disco donde la banda ha cobrado más protagonismo de los realizados en los últimos años.
Con el título adecuado de Labyrinthitis, el álbum circula, irregular, pero vertiginoso e impredecible, con cambios de ritmos, con esa facilidad innata de Bejar para la melodía, donde los paisajes sonoros exuberantes, repletos de sintetizadores, guitarra y batería, sobresalen entre sus crípticas y desconcertantes letras. Solo quien no conociese bien su discografía podría decir que es su mejor disco desde Kaputt, con notables trabajos como Poison (2015) o incluso Ken (2017). Sí podría considerarse el más accesible- al menos el más adrenalítico hasta la fecha- para la mayoría de la escena indie si bien es un atributo que no debería ser esencial para un público que se supone más exigente. La influencia nada escondida de New Order es clara, sobre todo ritmo y el bajo de Peter Hook, en canciones como la apertura It’s in Your Heart Now, pasando por Suffer, y sobre todo en el final de All my pretty dresses. El delirio final – el que más se puede aproximar a su propósito inicial – es It takes a Thief, una de las canciones más comerciales de su carrera. Más que disco- al menos el concepto disco de los 70s- Labyrinthitis está más cercano a la música dance aderezada con avant garde de los Art of Noise – otra de las alusiones del propio Bejar -o Yello de principios/mediados de los 80s, música que, por edad, tanto Bejar como Collins encontrarían más habitualmente en su acostumbrado club nocturno. Labyrinthitis podría ser el final de una trilogía que comenzó con Ken y el más reciente Have We Met, por lo que es probable que encontremos a Destroyer encaminarse hacia nuevos horizontes, de nuevo inescrutables.