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Primavera Club 2012. Día 1

Primavera Club 2012. Día 1: Ghandi Rules Ok, Dusted, Swans y The Soft Moon.

Ayer día 6 de diciembre arrancaba, por fin, una nueva edición del San Miguel Primavera Club en Barcelona, pero esta vez no se trata de otra entrega sin más. Sobrevuela desde hace días la idea de que sea el último (también el de Madrid; no, obviamente el de Guimaraes), debido a las interminables complicaciones y obstáculos que, durante las últimas semanas, han tenido que sortear los organizadores: la parcial decapitación de cartel, el desastre de Apolo, el del Mercat de les Flors, y la reducción de aforo del Matadero en Madrid a tres días de su inicio; a parte, claro, de la subida del iva el pasado septiembre. Sin embargo, y aunque en efecto se trate del último Primavera Club en tierras nacionales, la edición de este año se ha puesto en marcha, y con muy bien pie.

Inauguraba el festival la banda local Ghandi Rules Ok, en la sala Sidecar, y allí estuvimos. Se definieron como gente de pueblo, que tras mucho años y andanzas, sigue siendo de pueblo. Y sin querer entrar a valorar la dialéctica rural-urbana, opino que a estos chicos lo que les falta es precisamente un poco de cosmopolitismo, tráfico musical más constante entre ellos; o una mínima vocación cósmica: las efímeras canciones del Borda, Va, Borda (Repetidor, 2012) sonaron como esas aisladas lucecitas que se pierden entre la oscuridad del campo en la noche, en lugar de como estrellas en el firmamento, sin un atisbo de grandeza o calidez a la que poder aferrarse. Resultaron atronadores en la dispersión de su sonido por la sala, y a la vez, paradójicamente, flojos en el estilo y las formas. En definitiva: hicieron un directo tremendamente convencional con un material que no lo es en absoluto. Una pena.

El cambio de Sidecar al Teatro Arteria Paral-lel es sala más cómodo y llevadero, ya que se puede hacer caminando: solo hay que seguir el carrer Nou de la Rambla unos diez minutos. Nada que ver con la distancia que hay entre Ghandi Rules Ok y lo que vimos a continuación: Dusted. Certificaron, en primer lugar, el excelente sonido del teatro, poniéndolo a prueba con ese lo-fi tan estético y liberadamente melancólico que practican. Brian Borcherdt (guitarra y voz, ex de Holy Fuck, entre otros) y Leon Taheny (batería, teclado y producción) forman un dúo interesante, se diría que son dos mundos contrapuestos unidos en harmonía: el primero, en la forma de cantautor sedante, esquematiza la melodía con el poroso grano de la (buscada) baja definición, aderezado o clavado, métricamente, por el segundo.

Lejos de pretender llenar el hueco que queda entre solo dos músicos, como hacen The Black Keys, Two Gallants, o hacían Death From Above 1979, por poner algunos ejemplos, Dusted se basa precisamente en ese vacío: la sencillez de temas como Cut Them Free, All Comes Down o Property Lines esconde en realidad una extraordinaria atención por el detalle que solo es posible con la reducción de los ingredientes al mínimo. En ese sentido, el Total Dust (Hand Drawn Dracula, 2012) fue material más que suficiente para demostrar las buenas maneras de este dúo canadiense; el teatro interpretó a la perfección el matiz, y el público pudo disfrutar, de principio a fin, de un concierto bonito, redondo, y por momentos un tanto mágico. Pero nada que ver con la magia negra de Swans, que tocaba solo 25 minutos después en el apartado Sant Jordi Club de Montjuic.

Hay que decir que, si bien queda algo a desmano del centro, el emplazamiento del Sant Jordi Club es tremendo e industrial. Sin embargo, por muy enorme que fuera la sala, se quedó incluso pequeña ante la descomunal corpulencia de la música que emitió, en todo momento, la banda de Michael Gira. Retomado el proyecto en 2010, y tras la edición del admirado The Seer (Young God Records, 2012), Swans aparece ahora en directo en forma de sexteto, con el bajista Norman Westberg como único acompañante original, pero con músicos del tamaño que exige un grupo y un sonido como estos. Como Thor Harris, segundo percusionista, pintor y carpintero (probablemente construyó él mismo, con su aspecto de vikingo sin camisa, el precioso instrumento hecho de tubos metálicos que tocaba), Christopher Hahn, el teclista de mirada profunda, o Chris Pravdica, la pareja de baile a las guitarras de Gira.

En esencia un concierto de Swans se define por la grandeza; pero no por la que es heroica y pulcra, sino por ese algo que solo se asemeja a la infinita, desbordante y tenebrosa capacidad de imaginación que se dispara con el miedo en la oscuridad. Escuchar atentamente en directo a esta banda es como caer en el embrujo de la mirada de un psiquiatra hipnotizador que trata de escarbar en nuestra psique, en los rincones más sombríos y aterradores. Pero además de grandes y oscuros, son fibrosos, pese a la edad, fuertes y categóricos: es un ruido medido, un kraut grueso, insistente y de progresión pesada, pero no sobra ni un gramo de volumen, porque todo es músculo y nervio bien contenido. Swans es un depredador rápido a pesar de su envergadura, es una bestia que crece y crece, y te devora con la mirada, paralizándote con su sinfonía de ritmo tribal.

Cuando íbamos camino de las dos horas de pantagruélico recital, y tachados ya Cats On Fire del programa que nos habíamos marcado previamente, empezó a notarse el carácter radicalmente obsesivo del sonido de los Swans: la impresión de su puesta en escena, sobria y eminente, se iba apagando, y aunque las simples brasas de su música bien podrían habernos calentado hasta el infinito, pudimos salir de la enajenación, aventurarnos al frío trayecto hasta el Paral-lel, y atrevernos con otra versión del ruido de la mano de Luis Vasquez, el hombre que hay detrás de The Soft Moon. El californiano, a la guitarra y sintetizadores varios, se hace acompañar por un batería y un bajista, una enorme cantidad de humo, y una máquina del tiempo escondida capaz de trasladarnos a todos a 1981. Con un par de discos ya editados, es una de las sensaciones de lo que se ha venido a llamar neo-post-punk, un revival con influencia y apoyo de la electrónica, del movimiento que en su día iniciaron los Joy Division, Bauhaus, o, en cierta medida, los mismos Kraftwerk.

Para haber sido el encargado de cerrar la primera jornada de Primavera Club, hay que decir que no reparó en entrega, contundencia a latigazos y energía: crudo y árido, como el desierto de Mojave (de donde es originario Vasquez), presentó su recientemente editado segundo Cd, Zeros (Captured Track, 2012), rozando lo histriónico, en el buen y en el mal sentido de la palabra. Descarado en su música, resultó un contraste interesante con Swans: un sonido grave procedente de la boca del estómago, frente al chillido casi nasal que es The Soft Moon. En cualquier caso dieron un concierto bastante serio, aunque más desnivelado y desequilibrado de lo esperado por sus trabajos de estudio; no obstante, por el derroche espinoso de rock en ángulo agudo que ofrecieron, el directo de Vasquez y compañía mandó a todos a casa contentos y satisfechos por haber apostado nuevamente por el fantástico festival que es el Primavera Club. Mañana más.

Fotos de Pablo Luna Chao.

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