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[Reseña] Solange – A Seat at the Table

solange-jpg-crop-promovar-mediumlargeSu propia estrella

Es mucho mejor no saber que Solange es hermana de Beyoncé al escuchar A Seat at the Table, su nuevo disco. Pedimos disculpas a aquellos que no lo supieran y les convidamos a que traten de olvidarlo. Entendemos que este dato puede suscitar ciertas reservas o alimentar prejuicios. Definitivamente es más gratificante escuchar esta obra sin haber recibido información previa alguna, solo con la música que contiene como credencial. Así nos encontraremos, sin distorsiones de ningún tipo, ante uno de los mejores álbumes de R&B de la temporada. Extraordinariamente elegante, cocida a un fuego lento delicioso y con gloriosas ramificaciones hacia terrenos del blues, del hip-hop, del funky y del jazz, esta tercera entrega de Solange representa un impresionante paso adelante en su carrera, marcada en gran medida por sus tempranos inicios en el mundo de la música asociados a su hermana mayor, a su banda Destiny’s Child y a Matthew Knowles, su padre y mánager de ambas por aquel entonces. No hay duda: la hermanita pequeña –de 30 años– se ha hecho mayor y vuela con su propio motor.

También podemos obviar directamente casi toda su obra anterior: Solo Star, su álbum de debut, publicado cuando tan solo tenía 17 años, y Sol-Angel and the Hadley St. Dreams, lanzado en 2008 al poco de haberse divorciado. Se salva True, el Ep que sacó en 2012 con Terrible Records –el sello de Chris Taylor, de Grizzly Bear–, fundamentalmente por ese temazo que es Losing You, producido y coescrito junto a Dev Hynes (Blood Orange). Podríamos decir que ahí empezó todo. Ya entonces existía la promesa de un tercer álbum, que en 2013 parecía inminente debido a la publicación de su primera colaboración con Kendrick Lamar, y aunque finalmente ha tardado ocho largos años en sacar adelante A Seat at the Table, la espera ha merecido la pena. En primer lugar porque en todo este tiempo ha asistido al recrudecimiento del problema racial en Estados Unidos, absorbiendo y adoptando un punto de vista y de expresión como artista comprometida que se ha integrado a la perfección en un discurso, el de este álbum, que gira en torno a “la identidad, el empoderamiento, la independencia, el dolor y la recuperación”. Una temática, entre lo intimista y lo social, que contrasta con el hedonismo de su morfología puramente musical.

En segundo lugar, la espera ha merecido la pena por la pléyade de colaboradores de primer nivel que se ha ganado para la causa. A lo largo de un generoso trabajo de 21 canciones –11 si contamos solo las que duran más de un minuto y medio– y 51 minutos desfilan músicos, cantantes y famosos productores entre los que destacan Lil Wayne, Sampha, The-Dream, BJ the Chicago Kid, Q-Tip, Kelly Rowland, Kelela, David Longstreth, de Dirty Projectors, Tweet, Sean Nicholas Savage, Rostam Batmanglij, de Vampire Weekend, o los dos miembros de Majical Cloudz. Una alineación del todo infalible. Ahora bien, más allá de toda esa retahíla de nombres, la única y verdadera estrella de A Seat at the Table es Solange. Ella dirá que el disco está “directamente influido por mi viaje personal, pero también por el de mucha gente a mi alrededor”, por lo que siente que “se escribió solo”, pero suena a modestia de la buena. El caso es que la artista tejana ha construido una obra redonda y delicada, con mucha clase y atención por los detalles: un disco de autora más que de estilo.

Seguramente no hay canción más elegante ni mejor “inicio” para el álbum que Weary, que junto a Cranes in the Sky –menudo despliegue de voz– marca el punto de partida desde cierto ángulo de abatimiento emocional. No en vano, el disco es también el relato de una difícil recuperación sentimental. Los detalles jazzísticos presentes en la primera siguen en Mad, ese fantástico duo de rap/R&B con Lil Wayne, en el piano de fondo de Where Do We Go y en Borderline (An Ode to Self Care), desde una entonación ácida o sintética. Luego destaca el aire popero ochentero de Don’t You Wait, el toque funky gomoso de Junie y el dúo, 100% R&B, con Sampha en Don’t Touch My Hair: un tema que junto a Scales –el dúo con Kelela– y, sobre todo, Rise, This Moment y F.U.B.U., ahonda en el orgullo como temática, así como los otros en el empoderamiento y en la dignidad de la comunidad afroamericana. En conjunto acaba resultando un cancionero valiente, sincero y revestido de gala y brillantes; un producto de primer nivel para una artista que ha sabido crecer lejos de la gigantesca sombra de su hermana. Le ha costado un divorcio y ocho años de silencio y recuperación, pero Solange ha vuelto convertida en su propia estrella.

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