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Lori Meyers – Cronolánea

La línea perfecta que expresa el recorrido de un grupo en un periodo de tiempo”. Esa es la definición que nos ofrece Noni (voces, guitarra) si le preguntamos por el significado de Cronolánea, nombre elegido para bautizar el nuevo y esperado disco de Lori Meyers. Viaje de Estudios (2004), un trabajo totalmente esperanzador, tuvo como parada el reconocimiento de gran parte de público y crítica. Dos años más tarde editaron Hostal Pimodán (por partida doble), donde se reducían las revoluciones pero se ganaba en matices y labor compositiva, asimilando influencias tan ricas como las que otorgan, entre otros, Los Brincos, Left Banke, Byrds, Beatles o Kaleidoscope. Para la grabación, los de Loja contaron en tareas de producción con Ken Coomer, el que fuera batería de Uncle Tupelo y Wilco, y Charlie Brocco, que ha trabajado con nombres de la talla de George Harrison o Fleetwood Mac. También podemos incluir en los créditos del álbum al batería Antonio Lomas (Grupo de Expertos Solynieve, Lapido) y al cuarteto de cuerda que arropa algunas de las nuevas composiciones. El lugar elegido para la grabación fueron los estudios Gismo 7 de Motril (Granada). Cuenta Noni de la experiencia que “fue como un Gran Hermano, pero trabajando. Todo el mundo estaba en el mismo rollo, enfocado al disco, a piñón”.

Alejandro (guitarra) canta por primera vez y pone voz a tres de los temas de Cronolánea con un resultado notable y variado en cuando a sonoridad; de la delicada Saudade (deudora de los Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán más cálidos) se pasa a las guitarras power-pop de Un mundo por delante y El secreto mejor guardado sin perder en ningún momento el modus-operandi característico del grupo. En Alta fidelidad, tal vez el corte más demoledor y punzante del disco, es Noni el que pone la voz pero con un registro más agresivo del acostumbrado. Intromisión, pieza que sirve para abrir el álbum, sorprende por explorar caminos vírgenes para los granadinos. Se trata de una pieza que nace con casi tres minutos instrumentales de belleza ocasionalmente eléctrica, y que enlaza con una segunda parte que nos devuelve a los Lori Meyers más contagiosos, frescos y directos. La búsqueda del rol, Sin compasión o Luciénagas y mariposas, por citar algunas, mantienen el nivel e incluyen partes y textos tarareables tanto en conciertos como en momentos más íntimos y personales. Luces de neón, escogido como primer single, tiene pegada y desde ya uno de los coros más pegadizos del año. Por otro lado, Cúmulo de despropósitos sobresale como pieza pop ejemplar y luminosa, proclamando el undécimo mandamiento (“frutos secos y cervezas para ser feliz”) entre coros, panderetas y buenas vibraciones. También hay momentos más relajados e introspectivos como Copa para dos, Funcionará o Transiberiano, estas dos últimas de temática esperanzadora a través de viajes a mundos blancos y puros de la mano de Lennon y el brit-pop más clásico; no brillan en exceso pero equilibran la balanza y otorgan fuerza al resultado final del disco.

Lori Meyers han conseguido con Cronolánea su álbum más profesional en casi todos los sentidos. Sin embargo, es un hecho que no resta a la hora de valorarlo, sino todo lo contrario. Han conjugado con éxito lo ofrecido en sus dos primeros trabajos para llegar a donde quieren estar: el paraíso pop de este puto país.

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