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Paul McCartney (Barcelona, 28-03-2003)

El viernes a las diez de la mañana partía el autobús fletado por algunos fans para ir de Madrid a Barcelona a ver al último de los componentes de The Beatles en activo. Allí se podría demostrar cómo este cantante, compositor y multiinstrumentista puede congregar a un variopinto grupo de seguidores: desde los cuarentones y cincuentones que le siguen desde su época con John, George y Ringo hasta los jóvenes veinteañeros que conocimos su música escuchado los discos de nuestros padres. Y es que muchos de los allí presentes se dirigían al concierto movidos más por la nostalgia de ver a uno de los miembros del desaparecido cuarteto de Liverpool que por el Mac Cartney en solitario o miembro de los Wings.

Tras la primera parada ya se empezaban a agrupar los seguidores de uno u otro componente de la mítica banda. La ventaja era, cómo no, para el que daba esa noche el concierto, pero los seguidores de Lennon y Harrison se agrupaban exigiendo respeto paraa los muertos. Durante el viaje se podía escuchar un bootleg de un concierto anterior de la gira de Paul que aplacaba las ansias de música del personal. Allí comenzó la gran polémica sobre las revisiones de los temas clásicos que escucharíamos aquella noche. Tampoco faltaron los fans que agarrando la guitarra tocaron algunos temas de Macca, coreados por todos emocionadamente.

Una vez en el Palau Sant Jordi el grupo se dispersó. Las dos horas de espera desde la apertura de puertas hasta el comienzo del concierto se pasaban leyendo los mensajes que enviaban los fans desde su móvil en una pantalla que más tarde formaría parte del espectáculo. “Yo soy politeísta: creo en John, Paul, George y Ringo”, “Que hace falta para que se unan de nuevo los Beatles: dos tiros” o “Paul eres la ostia, pero Lennon más” eran algunos de los mensajes que los seguidores dejaban allí.

La sombra del Hofner

Tras media hora de retraso y una performance con música tecno, que algunos seguidores atribuían a un trabajo de Paul hecho con pseudónimo, comenzó el concierto. Los gritos de ovación no dejaban oír el principio del espectáculo del exbeatle cuando sobre la pantalla que antes mostraba los mensajes del público apareció la silueta del mítico bajo Hofner de Mac Cartney. Una multitud de pantallas daban un psicodélico colorido y mostraban imágenes del concierto ampliadas. Algunos fans no pudieron aguantar la emoción y comenzaron a llorar cuando en aquellas pantallas aparecieron imágenes de los beatles al completo mientras sonaba…

A lo largo del concierto sonaron los temas de siempre, de la época beatle, de Wings y de Paul en solitario. Destacaron, entre otros, el espectacular Live and Let Die, banda sonora de la película homónima de James Bond, en la que el fuego se hizo el dueño del escenario. También destacó Sargent Pepper Lonely Heart Club Band Reprise, en la que Paul y sus dos guitarristas se enfrentaron en un duelo de solos impresionante. La decepción de la noche fue la reinterpretación, concebida como un homenaje a George Harrison, de Something, cantada por Paul en solitario con sólo un ukelele como acompañamiento y que hizo enfadar a muchos de los allí presentes. Y es que a estas alturas Paul debería plantearse vivir y dejar morir en paz a los muertos.

Tras casi tres horas de concierto en el que revisó temas de toda su carrera y dos rondas de bises perfectamente planificadas terminó el concierto. Éste fue tal y como se había concebido de antemano, siendo un calco del que Mac Cartney ofreció dos noches antes en Paris. De hecho se dio una situación similar cuando el público comenzó a cantar el himno pacifista Give peace a chance de Lennon: Paul se limitó a dirigir al público sin hacer comenario alguno. Después, el Palau Sant Jordi coreó un “no a la guerra” muy presente en la ciudad condal en estos días. En la rueda de prensa anterior al concierto el de Liverpool ya evadió las cuestiones referentes a la actual guerra de Irak. Aunque eso sí, al final del concierto lució una camiseta que reivindicaba el fin de las minas antipersona.

Al terminar el concierto, el reencuentro con los compañeros de viaje fue emocionante. Los comentarios exaltados hacia el ídolo y alguna reprimendas por algunas omisiones o por alguna de las versiones fueron inmediatos. Una vez en el autobús, el cansancio de tan agotadora experiencia hizo que casi todos cayéramos rendidos. Pero de madrugada, una nueva parada técnica hizo que se pudieran revivir los momentos álgidos del concierto y no se pudo reprimir poner un viejo disco de los Beatles para proseguir el viaje. El autobús llegó a Madrid a la misma hora que se marchó veinticuatro horas antes. Veinticuatro horas de compartir ilusiones, emociones y sobre todo música de la que ya apenas queda testimonio vivo.

Autor: Andrés Cabanes

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