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[Reseña] El Brujo. La luz oscura (Teatro Cervantes, Málaga, 10/01/19)

Rafael Álvarez presentó en el Cervantes su nuevo espectáculo, La luz oscura

Rafael Álvarez ‘El Brujo’ en una imagen promocional

Menuda cara se les quedaría, al finalizar la función de anoche, a aquellos que tacharon de nefasta y ridícula la aproximación de Carlos Saura a San Juan de la Cruz en La noche oscura (1989), película centrada en los meses que el religioso permaneció confinado en el monasterio carmelita de Toledo. Algunos, incluso, sentenciaron que el fraile era representado en el filme como un maníaco sexual dentro de un panfleto antirreligioso que lejos quedaba de la felicidad, amor y espiritualidad que debe envolver el mundo interior de cualquier místico que se precie.

Rafael Álvarez, asistido sobre el escenario por el violín y la percusión de Javier Alejano, repasa en La luz oscura la vida y obra del santo a través de los mecanismos habituales, lejos de la ortodoxia, que conforman su modus operandi y que encajarían en alguno de los desarrollos conceptuales que Agustín Fernández Mallo introduce en su Teoría general de la basura, más concretamente en aquel al que denomina Tiempo Topológico y en donde el escritor coruñés señala que «la memoria no es un archivo al que acudir para saber qué ocurrió, sino que realiza el movimiento inverso: el pasado viene al presente para construirnos hoy, para hablarnos de cómo somos hoy». Es decir, regresamos a ese pasado para interpretarlo desde nuestro presente, «quedando así inmediatamente actualizado según una transformación».

En la narración de El Brujo, que canta, baila, recita y camina sin descanso, convergen los distintos cuadros que conocemos de San Juan de la Cruz —«según los documentos»— junto al resto de líneas abiertas por el cordobés a lo largo de un monólogo rodeado de carcajadas pero que agradecería algún recorte en su minutaje. En una de esas intersecciones, a la postre de las más celebradas, consigue ensamblar el capítulo decimonoveno del Quijote con el traslado de los restos del devoto desde Úbeda a Segovia en 1593, pese a que Alonso López, en la novela cervantina, parte de Baeza «con otros once sacerdotes acompañando un cuerpo muerto que va en aquella litera». Otros nombres propios que circulan por La luz oscura son más o menos recurrentes hoy en día a pie de calle: Felipe VI y la monarquía, Vox, la Iglesia o González, el otro Felipe, asoman la cabeza aquí y allá para hermanar pasado y presente y encarar un futuro que echará la vista atrás con curiosidad, admiración y perplejidad.

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