Cine, Tv y Teatro

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upLa inocencia que todos y cada uno de nosotros tuvimos cuando éramos niños se extravió: en algún momento de nuestra vida dejó de existir. Dicen que es algo que se pierde de forma paulatina, pero cuando se echa la vista atrás sólo podemos recordarnos, o viendo las cosas bajo el prisma de una mente sincera y pura, o haciéndolo a través de los ojos del adulto que el mundo acepta como uno de los suyos. No hay vuelta atrás: el camino de la vida se recorre en una sola dirección y no se puede desandar. La mayoría de los sueños de la infancia se evaporan entre los dedos conforme pasan los años, como el humo del tabaco que se va expandiendo por el aire, y que aunque parezca sólido y real siempre es inalcanzable, desde el primer momento que abandona los labios. Lo más duro no es intentar atraparlo y ver cómo se desliza por nuestra piel, sino el duro golpe cuando se toma conciencia de que la sensación de poder alcanzarlo sólo fue una ilusión todo el tiempo.

El filme de Pixar es un poco todo esto y más. Al principio, todo ocurre muy rápido. Leves pinceladas de toda una vida se suceden y van mostrando el paso del tiempo, los momentos de alegría, tristeza, amor y, sobre todo, cómo las más nimias consecuencias de los obstáculos de la vida diaria detienen el avance del sueño más importante de todos. Los años pasan deprisa, las escenas se suceden cargadas con una emotividad tremenda, y al final acaba abruptamente un día cualquiera, cuando menos se espera. La vereda llega a su fin y el primer viaje finaliza. Y es en ese instante cuando empieza la historia principal de la película. Escenas tremendamente bien contadas y realizadas van enlazándose de forma suave y correcta. Es de alabar el trabajo de Pixar en este sentido, una vez más, puesto que no sólo cuentan una historia interesante, sino que además lo hacen de forma magistral. Bien es cierto que muchas situaciones que ocurren son propias de una producción infantil (una casa llevada por globos, perros que hablan, etc.), pero eso no quita para que los adultos disfruten esta película tanto o más que los niños, ya que el mensaje que subyace es que nunca es tarde para realizar los sueños.

El protagonista del filme es un anciano solitario y cascarrabias que, en lugar de aceptar su ingreso en un asilo, decide iniciar la mayor aventura de su vida. Sin embargo, su personalidad y sus motivaciones van cambiando conforme pasan los minutos, gracias a la compañía de un simpático niño obeso, un perro no muy inteligente que habla gracias a un aparato en su collar, y un pájaro gigante amante del chocolate. El viejo, lejos de preguntarse cómo ha llegado a tener el niño tantas medallas de boy scout con su evidente sobrepeso, o plantearse si lo único que lleva en su mochila son tabletas de chocolate para atiborrarse él y el pájaro, acepta, con reticencia, la compañía de tan curiosa comitiva, lo que al final acaba cambiando su personalidad para siempre. Para bien, por supuesto, que es una película de Disney. Como viene siendo habitual, cuando la película finaliza nos muestran, acompañados de música, esbozos de la vida del anciano y del niño tras lo ocurrido. Lo cual viene siendo una nueva aventura, en realidad, que queda abierta en nuestras mentes, y ante la que sólo queda desear todo lo mejor a tan singular y variopinto grupo. Y es que, al final, la vida es un suspiro y, si no la disfrutamos ni perseguimos nuestros sueños, ¿qué es lo que nos queda?

Texto: Rand

Up, EE.UU., 2009
Directores: Pete Docter y Bob Peterson; Guión: Pete Docter y Bob Peterson; Música: Michael Giacchino; Montaje: Kevin Nolting; Intérpretes (voces originales): Edward Asner (Carl Fredricksen), Christopher Plummer (Charles Muntz), Jordan Nagai (Russell), Bob Peterson (Dug / Alpha), Delroy Lindo (Beta), Jerome Ranft (Gamma).

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