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Arcade Fire (Palau Sant Jordi, Barcelona, 21-11-2010)

Después de asistir al que seguramente sea el concierto del año en todas las quinielas, uno se da cuenta de que es justamente por momentos como ésos por los que amamos la música. Y me refiero a la música de verdad: la que te llega al corazón. Canciones que te ponen los pelos de punta y hacen que una sensación incomparable te llene de felicidad –a ver quién es el guapo de los asistentes que puede volver a escuchar Wake up sin emocionarse-. Vale que Arcade Fire juegan a la épica, pero es que la banda de Win Butler es realmente buena en lo que hace. Es más, en estos momentos podemos afirmar que ya tenemos nuevos reyes del rock de estadios. Y gracias a Dios, los mejores que podríamos tener. Arcade Fire huye de los artificios escenográficos al estilo U2 para demostrar que lo suyo es puro músculo a la hora de reproducir los himnos de sus tres discos.

Para empezar, dejaron claras sus intenciones con un tema de cada disco. Abrieron con Ready to start, del reciente The suburbs (2010), seguida de Neighborhood #2 (Laika), de su obra maestra –y también debut, no lo olvidemos- Funeral (2005), y remataron el inicio con la grandiosa No cars go de Neon Bible (2007). En ese momento ya sabíamos que aquello sería histórico, que los de Montreal habían aterrizado en el Palau Sant Jordi para hacernos vivir el concierto de nuestras vidas. A partir de ahí todo fue emoción en estado puro. Podías ver sentidos abrazos entre amigos mientras entonaban a viva voz hit tras hit como Intervention o Neighborhood #3 (Power out). Parecía como si aquello fuera una celebración de algo especial, como el rito casi sectario de una generación. El clímax llegó en los bises, cuando, después de la inmensa Keep the car running, diez mil personas entrábamos en comunión al unir nuestras voces en los coros de Wake up. Sin duda, momento cumbre en mi vida –en cuanto a lo musical se refiere-, al descubrir que el amor y la rabia que estos ocho canadienses locos me habían hecho experimentar en sus discos se extendían como la pólvora a cada uno de los asistentes aquella noche. Ya calmados, de vuelta a casa, leíamos en Twitter cosas como “Yo soy de la religión Arcade Fire”. Amén.

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