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Miles Davis en el ascensor

Miles Davis visitó por primera vez París en 1949 para participar en la Feria de Jazz. El grupo formado para la ocasión incluía el piano de Tadd Dameron, el saxo tenor de James Moody, la batería de Kenny Clarke y el contrabajo de Barney Spieler. Miles y Charlie Parker —una de las grandes atracciones del evento junto a Sidney Bechet— acapararon la mayor parte de las preguntas y fotografías de la prensa; recibían el tratamiento reservado a importantes celebridades, circunstancia que se alejaba alegremente del pasotismo con el que a veces tenían que lidiar en su propio hogar, los Estados Unidos. Durante su estancia, Davis entablaría contacto con intelectuales y artistas como Picasso, Sartre o Boris Vian y su esposa, Juliette Grecco, con la que el trompetista mantendría un vínculo intermitente durante no pocos años.

Su segunda cita con la capital francesa llegó a finales de 1956, tras registrar una serie de discos fundamentales bajo el sello Prestige. Las actuaciones se centraron en dos únicas noches en el Salle Pleyel compartiendo escenario con Bud Powell y Lester Young, cabecillas de un cartel en el que también figuraban el Modern Jazz Quartet. Fue un viaje breve e intenso en el que Miles estrenó amistades y volvió a compartir andanzas con Sartre o Grecco, con la que continuó estrechando lazos de todos los colores.

En 1957 recibió una oferta para volar nuevamente a París en noviembre. La gira consistía en una fecha en el Teatro Olympia y tres semanas de conciertos en el club St. Germain acompañado de una banda compuesta por Kenny Clarke —una vez más— y los franceses Pierre Michelot (bajo), René Urtreger (piano) y Barney Wilen (saxo tenor). Contaba Miles en su autobiografía, escrita con la ayuda del periodista Quincy Troupe, que siempre recordaría esos directos gracias a unos críticos que le reprochaban el no hablar ni presentar los números sobre las tablas, considerándolo arrogante y antipático: «Estaban acostumbrados a los músicos negros que salían a escena deshaciéndose en sonrisas y rascándose la cabeza. A mí nunca me importó».

A través de Juliette Grecco, Miles conoció al cineasta Louis Malle, que a sus 25 años venía de codirigir Un condenado a muerte se ha escapado, de Robert Bresson, y El mundo del silencio, de Jacques Cousteau. El director y uno de sus asistentes, Jean-Paul Rappeneau —que, al igual que Grecco, medió en el encuentro entre el realizador y el jazzman—, se confesaron admiradores de Davis. Malle le preguntó si estaría dispuesto a escribir la banda sonora de su primer filme, Ascensor para el cadalso, un thriller protagonizado por Maurice Ronet y Jeanne Moreau basado en la novela de Noël Calef. La historia se inicia con la puesta en marcha del plan urdido por Julien Tavernier y Florence Carala, que no es otro que el de deshacerse de Simon, el marido de Florence, un industrial para el que Julien trabaja. Miles aceptó la propuesta y pocos días después se encerró en los estudios Le Poste con sus colegas del St. Germain. Allí improvisaron las distintas tomas mientras repasaban las copias de las secuencias y debatían con Malle.

La música de Ascensor para el cadalso se grabó en una sola sesión que comenzó la noche del 4 de diciembre y se prolongó hasta la mañana del día siguiente. Miles daba pequeñas instrucciones de corte armónico a unos músicos que, con el argumento de la cinta en la cabeza, tocaban con escasas pautas por las que deslizarse. El resultado son diez piezas que, por momentos, parecen meros bocetos y fragmentos extraídos de una partitura superior. La suma de todas ellas dibuja un álbum que oscila entre las dos facetas que habían predominado hasta entonces en su carrera: por un lado, una sobrecogedora melancolía, representada aquí en pistas lentas, sin sordina y cargadas de enigmática nocturnidad —la inaugural Générique o Julien dans l’ascenseur—; y por otro, la urgencia e impetuosidad de canciones como Sur l’autoroute o Dîner au motel. El propio Miles le comentaría a Malle que su colaboración en la película le había enriquecido; ante él se abrieron insólitos derroteros que necesitaban ser explorados de forma inmediata. No es casualidad que sus próximos movimientos, ya rodeado de secuaces habituales como Coltrane, Chambers, Garland o Adderley, dieran como resultado Milestones y Kind of blue, dos nuevos ascensos, especialmente significativo el segundo, dentro de una trayectoria sin cumbre a la vista.

Miles volvería a casa pese a su querencia por París: «Me gustaba mucho la ciudad, estar allí, pero sólo de visita. En mi opinión, los artistas que habían emigrado terminaban perdiendo una energía, un estímulo, que la vida en Estados Unidos les daba. No lo sé, pero supongo que tiene algo que ver con el hecho de estar envuelto por una cultura que conoces, que puedes sentir y de la cual procedes». La decisión de regresar afectó indefectiblemente a su relación con Juliette Grecco: quedaron como buenos amigos y amantes ocasionales. Ni más ni menos.

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