Cine, Tv y Teatro

La criatura perfecta

El cine neozelandés es una rara avis por excelencia dentro del panorama cinematográfico, incluso para el mundo anglosajón. Famosos deben ser ya sus devaneos con la épica del último Peter Jackson, pero no menos deberían serlo sus incursiones en la comedia indie con joyas como Eagle vs Shark o, sobre todo, sus frecuentes asaltos al fantástico.

Las muestras de esta fascinación existente en las antípodas con el cine de género suelen seguir una serie de patrones comunes. Producciones sin grandes medios pero con buen acabado formal y, siempre, con algún golpe de aire fresco que agite siquiera ligeramente las expectativas creadas. Ya sea por medio de la mirada irreverente al mundo del gore que pudo significar un primerizo Jackson o con la sumamente efectiva pero también alocada Ovejas asesinas, siempre hay algo que rascar. Y La criatura perfecta no iba a ser una excepción.

Segundo largo del director y guionista Glenn Standring, su aportación en esta ocasión se centra de manera absoluta en el terreno de la dirección artística. Huyendo de lugares comunes el equipo se ha enfrascado en un trabajo tan difícil como gratificante en sus resultados: crear la evolución natural de un mundo steampunk. Para quien no conozca este subgénero de la ciencia-ficción, que goza de cierto auge en los últimos tiempos, digamos que parte de la premisa de un desarrollo diferente de la tecnología basado en las máquinas de vapor con fuertes referencias temáticas y tecnológicas al siglo XIX. Como si los sueños de un Julio Verne hubiesen sido ciertos, vamos.

En la película vemos, de hecho, como dicho acercamiento se ve complicado y mejorado porque nos presentan el futuro de un universo alternativo donde la Tierra ha sufrido ese proceso tecnológico. Es el siglo XX, hay una suerte de megalópolis en la Nueva Zelanda alternativa, barrios pobres que parecen sacados de un relato de Charles Dickens, una reina inalcanzable, un departamento de policía falto de personal, una epidemia de gripe mortal… Un 10 en este aspecto, consiguiendo un mundo tan alienígena como coherente. Pena que el resto no acompañe.

Tras haber intentado tener a Jonathan Rhys-Meyers en el papel de antagonista, lo que habría dado más empaque a la producción, los protagonistas se quedan en una fuerte lucha por ver quien es más inexpresivo. Dougray Scott tiene tanta presencia en pantalla como incapacidad para transmitir nada, Saffron Burrows parece estar apática toda la película y Leo Gregory, sustituto de Rhys-Meyers, construye un villano tan arquetípico como olvidable. El guión no es mucho más notable, discurriendo entre confuso y directamente incomprensible por momentos, tan convencional como mal construido.

La debacle no es, de todos modos, absoluta. Las ráfagas de calidad del guión y un buen trabajo de cámara salvan la función. A eso se unen unas escenas de acción meridianamente bien resueltas pero demasiado deudoras de la trilogía de Matrix y aledaños. Al final la cosa deja un regusto extraño, una especie de refrito de Equilibrium para pobres donde se cambia la estética futurista del producto americano por la retro. Por suerte no se pierde ni un ápice de calidad en la reconstrucción del mundo alternativo, lo que salva a toda la cinta pero no evita una sensación agridulce. Podía haber sido una gran película, pero no pasa de una propuesta interesante en lo visual.

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