Yann Tiersen (Madrid, 11-10-06)
He tenido que tomarme cierto tiempo de margen para poder lanzarme a escribir acerca del sobresaliente concierto que Yann Tiersen ofreció en La Riviera. Y es que me resultaba imposible no monopolizar el escrito hablando del comportamiento del público. Ahora creo que ya soy capaz de sintetizarlo en un único pensamiento. ¿Por qué toda esa gente que únicamente está interesada en “el de la banda sonora de Amélie” (y no sólo “esa gente”) se dedica a gritar y a marcar el ritmo con palmas -a destiempo- cada vez que el francés se acerca a un violín o a un acordeón, impidiendo así que se escuche lo que está tocando? Esto unido a las decenas de personas que procedían inmediatamente a chistar como si estuviéramos en el colegio, fue motivo suficiente para destrozar tres o cuatro momentos de ésos en los que, de otro modo, me hubiera emocionado hasta tener el vello de punta.
Una vez comentado esto, paso a aparcar mi creciente misantropía. Centrémonos, pues, en la fecha del once de octubre. Afortunadamente llegué a tiempo para ver a Katel, la telonera, hasta entonces una completa desconocida para mí. Además, en ese preciso instante estaba junto a Tiersen, que tocaba el violín, acompañándola en un vibrante tema. A partir de ahí pude disfrutar de un puñado de canciones en las que, empleando sólo su guitarra y su voz, se adueñó del escenario con una imagen poderosa y desafiante. Desde luego que la noche comenzaba más que bien.
Yann Tiersen
De una manera totalmente informal y bajo una enorme ovación, Yann Tiersen presentó a su banda: Marc Sens a la guitarra, Ludovic Morillon a la batería, Stéphane Bouvier al bajo y Christine Ott con las ondas Martenot. La terrible Plus d’hiver fue la elegida para iniciar el recital, con la voz de Tiersen susurrando la letra. Las ondas Martenot tomaron un protagonismo excesivo, sobreponiéndose al resto de instrumentos, pero lo que pudo ser una catástrofe se convirtió en algo simplemente circunstancial. Así, en A secret place, encontraron un acertado hueco a su medida, como demostrarían más adelante llevando la melodía de Kala, que en estudio tararea Jane Birkin, o logrando a lo largo de la actuación algunas sonoridades maravillosas (véase el penúltimo tema, A ceux qui sont malades par mer calme).
Tiersen cambió varias veces la guitarra por el violín, y la primera fue para tocar una gran Le quartier. Con ese espíritu inconformista de cara a su obra, a Bagatelle le precedió Monochrome, que comenzó con un suave solo de guitarra, para seguir en un tono más lánguido, mucho más acorde con la letra de la canción. Una fantástica reinterpretación de una de las joyas de la corona. Y es que desde luego no fue un concierto jugado a base de bazas seguras. Hubo varios temas nuevos, como La perceuse, Macro boules, La rade (en la que colaboró Katel), The ex, o Esther, que cerró el primer bis. A saber cuántas de ellas acabarán siendo parte de su próximo álbum, pero sí se aprecia una clara preferencia por las guitarras más pesadas y baterías más contundentes. Si bien es difícil saber cómo podrían acabar sonando, dado el trabajo que realiza Yann Tiersen para componer. Esto lo podemos comprobar en el muy recomendable DVD que acompaña a Les retrouvailles (Ici, d’ailleurs…, 2005).
Yann Tiersen
¿Más sobre cómo un artista se reinventa a sí mismo continuamente? En Sur le fil Marc Sens y Tiersen se marcaron una sobrecogedora improvisación a base de puro ruido y distorsión, para acabar con el archiconocido y siempre exultante solo de violín zíngaro. Les bras de mer, si exceptuamos el discutible punteo de cuatro notas en lugar de la frase “qui s’alonge”, lograba acongojar con su atmósfera asfixiante. La terrasse sonó mucho más vulgar al eliminar el piano, de forma que podría haber sido parte del repertorio de cualquier grupo de la onda de Keane y similares. Tras La boulange, La crise y Le train -con Tiersen tocando de rodillas en esta última-, se dio por terminado un set de ésos que aunque hubieran durado cuatro horas, nunca hubiera sido suficiente.
Por problemas técnicos, el retorno al escenario se alargó mucho más de lo que hubiera sido deseable, aunque el público aguantó y animó con paciencia. Y para alborozo del respetable, Tiersen comenzó a tocar un par de toy pianos mientras Christine usaba el glockenspiel para dar forma a La valse d’Amelie. Jugaban entrando y saliendo de la melodía para terminar centrándose de nuevo en las guitarras, en una interpretación realmente notable. Además, acordeón mediante, recuperó Le banquet, una de las más bellas piezas incluidas en su debut, La valse des monstres (Ici, d’ailleurs…, 1995), para de un salto devolvernos al presente con Western. Tras un breve descanso, Tiersen destapó el tarro de sus influencias para hacer una versión del All we ever wanted was everything de Bauhaus. Todo finalizó con una sorprendente Fuck me, que él define como una canción de amor y que pasa por ser un desquiciado tema rock. Gran ovación, y toda la banda reapareció para despedirse del público con una graciosa reverencia.
Yann Tiersen
Podrá no ser siempre genial. No todas sus ideas son brillantes. Sin duda que a veces las ondas Martenot saturan. Es cierto que verle tocar a la vez el piano y el acordeón es excepcional. De acuerdo en que mataría por verle sobre un escenario lleno de todos los cachivaches que emplea para grabar sus discos. Pero no cabe la más mínima discusión sobre la capacidad de Tiersen de buscar e indagar dentro de sí para brindar música que da salida a sus inquietudes colmando las nuestras. Siempre tratando de ser fresco, de no encasillarse, y sin perder su esencia. Así que, sin más, disfrutémoslo en toda su dimensión.
Texto: Miguel González
Fotos: Coqui (Fatima Giudice)