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La película de la semana: Un simple accidente

La cinta, que se estrena en cines, ganó la Palma de Oro en el 78º Festival de Cine de Cannes en 2025. También fue seleccionada como candidata francesa a Mejor Película Internacional en los 98º Premios de la Academia.

La película de Jafar Pahani es una coproducción entre Irán, Francia y Luxemburgo y no puede presentarse por Irán: para ser elegible, una película debe haberse estrenado en cines en su país de origen bajo condiciones legales, lo cual es imposible para sus películas en Irán bajo la censura. Un simple accidente es un thriller que explora la represión política, la moral y la complejidad de la venganza en Irán. La trama principal sigue a un hombre llamado Eghbal, quien, tras un leve accidente automovilístico, se encuentra con un ex preso político llamado Vahid. Vahid se convence de que Eghbal es el sádico torturador de la prisión, «Pegleg», quien abusó de él y de otros presos políticos. Vahid secuestra a Eghbal y reúne a otras ex víctimas para confirmar su identidad y decidir su destino, obligándolas a enfrentarse a un intenso dilema moral.

En 2010, tras negarse a cumplir con las restricciones gubernamentales sobre su trabajo, a Panahi se le prohibió realizar cine durante 20 años y fue puesto bajo arresto domiciliario. También se le prohibió viajar y hablar con periodistas. Respondió con una serie de películas clandestinas, aclamadas por la crítica: This Is Not a Film, Closed Curtain, Taxi, No Bears. En 2022, fue encarcelado tras protestar por el encarcelamiento de su colega director Mohammad Rasoulof y liberado siete meses después tras una huelga de hambre. En Irán surgió un movimiento de protesta «Woman Life Freedom» ese mismo año tras la muerte de Mahsa Amini bajo custodia policial, que vio a mujeres y niñas liderar manifestaciones a nivel nacional contra las leyes obligatorias del hiyab en Irán y la represión sistémica. Un simple accidente es una obra dramática y política que refleja las luchas actuales por la libertad en Irán, basándose en las propias experiencias del director con la censura y el encarcelamiento. Cabe destacar que Panahi la filmó en secreto sin el permiso oficial de las autoridades iraníes, ya que actualmente tiene prohibido realizar películas en su país natal. La postproducción se completó en Francia durante tres meses. El director admite que, durante el rodaje, atravesó momentos de «gran depresión», oscilando entre la creatividad y los impulsos suicidas; afirma que estos estados internos influyeron en la ambigüedad y la tensión de la película. Panahi ha aclarado en alguna entrevista que, si bien sus encarcelamientos personales inspiran la obra, la historia no es solo suya, sino una síntesis de las experiencias colectivas de todos los presos políticos que conoció. Insiste, además, en la mezcla de humor negro y drama de la película, afirmando que esto refleja el carácter nacional iraní, que utiliza el humor como muestra de fortaleza mental frente a un régimen que intenta imponer la tragedia y las lágrimas.

Panahi también ha explicado que, si bien el levantamiento de la prohibición no supuso ninguna diferencia práctica (sigue trabajando sin permiso), sí marcó una gran diferencia psicológica. Pudo superar su obsesión consigo mismo y dedicar la película a las personas que conoció en prisión, ya que que muchas de las experiencias de la película se basan en historias que Panahi escuchó mientras él u otros estuvieron en las celdas. También aclara que la película trata sobre la vida después del encarcelamiento, no solo sobre la experiencia en sí misma.  La idea de que alguien que ha sido torturado o detenido reconozca o confronte a su torturador está estrechamente ligada al contexto real de la represión política en Irán. Enmarca la película no como un manifiesto personal, sino como una obra social: cada personaje tiene voz, encarna puntos de vista divergentes, y la película busca provocar la reflexión.

Para Time Out «está claro que el director se lo está pasando en grande burlándose de la corrupción, la crueldad y el soborno que imperan en su país» y según New York Post «Panahi es plenamente consciente de sus limitaciones, tanto gubernamentales como presupuestarias, y ha creado una historia tensa, íntima y emocionante en torno a ellas. ¡Qué gran arte nace de circunstancias imposibles!». Variety reconoce que «si bien la premisa simple recuerda ciertos dramas posteriores a la Segunda Guerra Mundial en los que los sobrevivientes reconocen a los culpables nazis que una vez los aterrorizaron, la escalofriante última escena de la película se siente como un llamado a la acción». Por otro lado The Hollywood Report la describe «con una trama sutil, como la de un buen thriller, la película se convierte, lenta pero seguramente, en una dura condena del abuso de poder y sus efectos a largo plazo».

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