Crónica: Primavera Sound 2014. (Segunda parte)
VIERNES 30 DE MAYO
Las predicciones del viernes en cuanto a la lluvia hablaban de un momento crítico entre las 18:30 y las 20h, y así fue. El chaparrón nos sorprendió durante la actuación de John Grant, quien se auto inculpó de la tormenta al tiempo que daba un auténtico recital sobre el escenario que más alejado estaba de cualquier lugar donde uno pudiera resguardarse. Durante un buen rato fue imposible moverse, y fuimos tachando artistas de nuestro planing con tristeza mientras veíamos al sol ganar poco a poco la batalla. Finalmente, a eso de las 20h, retomamos la actividad acercándonos a ver a Raül Fernández, que bajo el apelativo de Refree da verdadera rienda suelta al pedazo de guitarrista que lleva dentro. Sin miedo a equivocarme pienso que es, hoy por hoy, uno de los mejores guitarristas del país, y no solo por la enorme versatilidad que ha demostrado a través del álbum que acaba de editar con Sílvia Pérez Cruz, sino sobre todo por cómo se interpreta a sí mismo, mediante dicho instrumento, cuando es Refree.
La siguiente parada fueron las chicas Haim, que parecen instaladas en el starsystem como si hubieran nacido en él. Tienen un directo impoluto, cañero y exultante de rock de los ’90. No dan un solo paso en falso, y entre las tres, además de una batería constante y cardinal, reparten y demuestran una actitud ganadora, entusiasta y de auténticas líderes de masas. Sus canciones, himnos ya de por sí, adquieren aun mayor grandeza sobre las tablas. Aunque es realmente Danielle quien carga sobre sus hombres el mayor peso de las Haim, se comportan como una banda bien cohesionada y de roles claros. El único pero es que parecen demasiado un producto semi prefabricado, que, aunque no lo sea, parece imponerse ligeramente sobre su faceta de artistas. Demasiada extroversión, a veces, hace pensar que ya no queda nada más dentro de ellas por desvelar.
En las antípodas se situó Sharon van Etten. Haría falta una crónica entera para hablar de ella y sus encantos. Ha recogido, en mi opinión, el testigo ya sudado de Cat Power como cantautora intimista, marcándose un par de últimos trabajos realmente sensacionales; y el viernes en el Primavera, por si fuera poco, los defendió de una manera sobrecogedora. Manejó a su antojo al gran público mediante su pequeña y mágica figura, su voz endiabladamente bella, y una personalidad que solo puede generar ternura y amor. Sus canciones, huelga decirlo, sonaron de auténtico lujo: como abrazos de terciopelo. Nos disculpó por ir a ver a The War on Drugs, que tocaban a continuación en el escenario Pitchfork, y aunque el retraso que padecieron nos impidió ver su concierto entero, formaron junto a la Van Etten uno de los mejores ratos de todo el festival. Lo suyo, en ambos casos, es música desde el corazón y las entrañas; música de verdad.
Por desgracia, abandonamos prematuramente y con pena a Granduciel y compañía para asistir brevemente al silencioso sepelio musical de Slint. Bajo una aureola de severidad y desgarro bien contenido tras un minimalismo exacerbado, los de Kentucky desplegaron su música como si fuera el vuelo de una majestuosa ave rapaz: letal e inclemente. Pero al poco rato tuvimos que marcharnos, porque The National salían ya al ruedo. El suyo, como en su anterior visita, fue uno de los conciertos del festival. Berninger estuvo estelar, permitiéndose el lujo de desafinar y reventar las normas de la buena conducta con otros recursos maestros, porque entre su impertinencia aristocrática, su elegancia, y la magia de los hermanos Dessner, la banda salda sus actuaciones con rotundos exitazos y pelos de escarpia en todas partes. Su sonido es noble como el mejor de los vinos, y en él se embadurna Berninger para ser quien es.
No vimos entero el show de The National: Darkside nos llamaba poderosamente desde el escenario Ray-bay, y allá fuimos. El niño prodigio, acompañado de su escudero y guitarrista Dave Harrington, hicieron de la electrónica un arte en su estado más glorioso: vibrante, categórico en el ritmo y en los tempos a la hora de acelerarlo, y brillante en todo lo que respecta a melodías, retoques, texturas, efectos y atmósferas, Nicolas Jaar demostró ser, en todo, un auténtico superdotado sin límite alguno. Con permiso de Moderat, que en cierto modo son ya de una generación anterior, lo del chileno-norteamericano el viernes fue de lo mejor de electrónica que se pudo escuchar en esta edición de Primavera Sound. Después de eso, el show de Nic Offer y sus !!! resultó perfecto para destensar, echar un último baile, y de paso el cierre.
SÁBADO 31 DE MAYO
Entrar en Kronos Quartet a toda prisa porque empezaban a caer gotas gordas fue lo peor, climatológicamente hablando, del último día de Primavera Sound. Eso, y la tremenda humedad que se quedó durante el resto del día. Ni que decir tiene que el famoso cuarteto de cuerda desmontó a base de aplausos y ovaciones el Auditori del Fórum: lo suyo es otra historia; y su presencia en el Primavera fue un regalo que, en circunstancias normales, podríamos recibir en el Liceu o en Teatro Real. Después de ellos, la buena gente de Island pareció un grupo más del montón de moderneces que hay en el cartel. El contraste no le hizo justicia a la banda de Nicholas Thorburn, que objetivamente dieron un concierto muy correcto y ameno. Otra banda que apuntamos para cuando vengan de gira a una sala.
Con el primer buen sol de todo el fin de semana asistimos a Television, una banda de hace 30 años que interpretaba el disco que les transformó en mito. Poco más hicieron desde entonces, y aunque el anquilosamiento de miembros y melodías no se notó en exceso, sí que pareció como cuando los museos ceden y transportan sus obras de arte, inmóviles, para exponerlas en otras ciudades. Nada que ver con Caetano Veloso, el gigante de la canción brasileña, que tras ellos dio una auténtica lección de cómo es envejecer bien. Fresco, ampliamente secundado por una legión de compatriotas que le hacían los coros, y por una banda y una escenografía elegantes y bien plantadas, el baiano se metió al público en el bolsillo con extremada naturalidad y modesta sencillez. No hay estilo que no abarque, ni melodía que no lleve por delante una sonrisa. Es el viejo profesor, que sabe más porque sabe que por viejo.
Llegaba entonces el turno de Volcano Choir, descartada la opción de Godspeed You! Black Emperor, que, en mi opinión, no son una banda de festival en absoluto. La banda que ahora lidera Justin Vernon, una vez abandonado el proyecto Bon Iver, se presentaba por primera vez en Barcelona y no decepcionó, aunque tal vez se esperase más de ellos, y sobre todo del propio Vernon. Un músico superdotado que parece haber entendido que poner toda la carne de uno mismo en el asador de la música, no es del todo sano sentimentalmente hablando. En Volcano Choir, más desahogado pero igual de intenso, parece perder parte del protagonismo musical (nada más allá de su voz) en favor de uno más de índole presencial, o meramente carismático. En cualquier caso, dieron un concierto muy bonito y denso, en el buen sentido de la palabra.
Entramos entonces en la recta final del festival. Escuchamos un rato a Kendrick Lamar, ese joven que representa lo mejor del presente y del futuro del rap más educado y formal de la costa oeste, que se movió con soltura sobre un escenario que en ningún momento se le hizo grande. Y la verdad es que da gusto ver a un rapero joven con los pies en el suelo, la cabeza sobre sus hombros, y lo bastante alejado de la mercadotecnia rancia y machista que envuelve el hip-hop. Después, ante una expectación desbordante, aparecieron en escena los NIN, liderados por la magnética y torcida figura de Trent Reznor. El de Pennsylvania sacó músculo y ofreció un concierto espeso, no sé si en el peor de los sentidos, y tal vez solo a gusto de los más acérrimos seguidores de la banda de siempre. Pero como demostración de lo que es capaz Reznor, fue sencillamente apabullante.
Personalmente me impresionó más el concierto de Mogwai, que aunque no pasen ni dos años entre visita y visita, nunca dejarán de sorprenderme. No solo por el guiño empático de colocar una estelada en su set, sino porque siguen superándose haciendo siempre exactamente lo mismo. Existe, claro, una evolución en su sonido, una experimentación, si se quiere; pero son fieles a lo que saben hacer, y siguen puliendo la idea musical con la que morirían si hiciera falta. Se han convertido, con una extensa y regular discografía, y un directo poderoso y escalofriante, en el referente indiscutible del post-rock instrumental, solo equiparables, y habría que ver la fotofinish, con los canadienses GY!BE. Lo han hecho, además, desde la más absoluta humildad, y sintiendo cada guitarreo y cada una de esas capas infinitas.
El cierre del sábado nos lo marcamos más pronto de lo debido, pero la tentación de acabar el Primavera Sound con Foals nos pudo, y así lo hicimos. Íbamos sobre aviso por su actuación, el pasado mes de octubre, en Razzmatazz, y los británicos no decepcionaron. Yannis Pillipakis y compañía, pero sobre todo el primero, se mostraron explosivos y con una energía que solo ellos parecen tener. Este es su directo, su momento de gloria, la gira que les hará eternos y que, probablemente, marcará su punto de inflexión como banda. En un plano distinto al de Arcade Fire, opino que sus siguientes trabajos padecerán de excesivo éxito, y que no será lo mismo verles en directo (también espero equivocarme), pero es difícil imaginar un final más apoteósico y legendario que el que nos brindaron los Foals, por lo que haremos bien guardando a fuego el recuerdo de Philippakis en su máximo esplendor.
DOMINGO 1 DE JUNIO
La jornada dominical de epílogo siempre entra bien después de tanto paseo de arriba abajo por el Fórum. La propuesta de Joana Serrat en la Barts sonaba bien sobre el papel, pero no tanto como sobre las tablas. La cantautora de Vic, embajadora del midwest norteamericano en Catalunya, y de toda la tradición de americana que ello conlleva, se presentó en solitario, con una simple guitarra, para defender en acústico su fabuloso primer álbum con El Segell del Primavera. Fue empezar a sonar The Blizzard, hacia la mitad del recital, con esa afortunada frase inicial ‘Everything began after the rain’, y se me anudó la garganta. Su material, así, crudo y directo, desvela la desnudez de una artista sensacional, un diamante en bruto que apenas necesita ser pulido. Y su voz, mucho más espectacular todavía que en el disco, reveló un potencial que puede elevarla a categoría de estrella mundial; aunque está mejor aquí, en su tierra, entre nosotros los mortales. Y no como la buena de Annie, que ya ha pasado a otra esfera.
Fotos de Pablo Luna Chao
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