Adam Green (Málaga, 14-07-05)
Ayer compré El canon occidental de Harold Bloom en edición de bolsillo. Mi mejor amiga es filóloga y opina que no sabe bien si le interesa más lo que aparece en un canon o lo que se queda fuera. Me cuentan, por otro lado, que la versión española de una famosísima revista de tendencias musicales acaba de elaborar una lista de los mejores elepés de la Historia. Me han dicho que no hay ningún disco de Nick Cave, Screamin’ Jay Hawkins, Violent Femmes o Leonard Cohen entre los ¡quinientos! discos seleccionados. No me lo creo y me gasto tres euros para comprobarlo. Efectivamente. Pero es que entre los cinco primeros hay tres de los Beatles (grupo músical de gran talento que estuvo afincado en la ciudad donde actualmente juega Josemi, ex jugador del Málaga C.F.), mientras que al primer disco de Tom Waits nos lo mandan al 339. Sí, Raúl, al 339. En el 194 está el Transformer de Lou Reed… Tengo amigos con mejor puesto en el MIR del año pasado.
“Mientras me recupero, y viendo que tampoco hay nada de Burt Bacharach, me acuerdo del compromiso que adquirí hace un par de meses con Kiko de escribir unas palabras sobre el concierto que el pasado verano ofreció Adam Green en Málaga (14 de julio en el Teatro Cervantes). Por primera vez acepto escribir una crítica de un concierto, y sigo los tres consejos del manual “¡Para ti, que eres joven!” (de Manel Fontdevila y Albert Monteys), a saber: “no dejes que nada te guste”, “recurre a los clásicos” y “usa la palabra concepto”.
A Adam Green lo habíamos entrevistado unas horas antes (la traducción de la entrevista llegará en breve a Altafidelidad.org), y tras verle en directo me dio la impresión que habíamos estado meando fuera del tiesto durante casi toda la entrevista, porque su música va evolucionando en la medida que el escenario se lo va pidiendo. Imagínense un cruce entre el vengador tóxico (antes de caer en la basura radioactiva) y Julian Casablancas; pónganlo imitando a Crosby, Baker o a alguno de éstos, y denle un repertorio que suene a estándares de la tradición norteamericana. La propuesta podría irritar a más de uno si no fuera porque al Sr. Green le sobra talento para mezclar los elementos. Él sabe que más vale caer en gracia que ser gracioso. Él sabe que mientras le sigan saliendo buenas canciones, el show funcionará… y viceversa; quizás por eso su último disco, Gemstones (Sinnamon Records, 2005), aunque prolonga eso sí los logros compositivos de Friend of mine (Sinnamon Records, 2003), emprende un decidido viraje hacia un concepto más teatral.
Ya lo dijo Andy Warhol en el libro sobre la Velvet, de V. Bockris y G. Malanga: “La esencia del movimiento Pop era que cualquiera podía hacer cualquier cosa. […] Nadie quería encasillarse en algo determinado”, y el Sr. Green coge el relevo y se sitúa en la senda, no sólo de crooner clásico americano sino en la genuina tradición de la escena interdisciplinar neoyorquina que tan grandes nombres ha dado a la cultura de la segunda parte del siglo XX (J. Jarmusch, J. Schnabel, W. Allen…). Salvemos distancias todavía, puede que el fenómeno sea un buen espejismo o tan sólo pura morriña de aquello.
Sobre el escenario la banda adquiere poco protagonismo, y es donde él se erige como amo y señor absoluto buscando el encaje de bolillos entre el show granguiñolesco y la precisa interpretación del repertorio. Destacables fueron los temas Her father and her, donde nos recordó al Leonard Cohen de los primeros años setenta; Dance with me, pura catarsis colectiva, con el Green más Reed; y Computer show, con la que cerró el recital.
Hubo canciones sin banda, con él mismo a la guitarra, e incluso pequeñas piezas instrumentales al teclado. Supo mantener el ritmo adecuado y se ganó al público pronto. Pero el respetable asistía al concierto básicamente para escuchar los inconmensurables temas de Friends of mine: no faltó la ternura de We ‘re not supposed to be lovers o Bluebirds; el manual de autoayuda, en No legs; el toque fatalista, I wanna die; o el flirteo con el mainstream, en Jessica.
No sería justo decir que bajó el nivel artístico con las nuevas canciones. El tripartito Caroline – Emily – Who’s your boyfriend bien podrían formar parte de Friends of mine. O el no-reconocido homenaje a Burt Bacharach de He’s the Brat o de Bible Club. Lo que ocurre es que la montaña rusa de ritmos que nos propone en, por ejemplo, Gemstones o Over the sunrise nos sigue perturbando, incluso después de comprobar que es en el escenario donde cobran verdadero sentido. El tono histriónico de éstas, añadamos Choke on a cock, nos lleva a corregir las dos imágenes del artista que ya teníamos: la del Adam Green de los Moldy Peaches o de Garfield (Sanctuary/Rough Trade, 2002) -folk, art band, lo-fi, Lou Reed…-, y la del Adam Green como crooner puro.
Han pasado un par de meses de aquello. Como todos, ya tenemos ganas de que el verano acabe de una vez (no se olviden de Melendi, la gasolina y el canto del loco). Digo que, aunque hayan pasado dos meses, todavía me acuerdo del collage que fue aquel concierto: un poco de Broadway, Harold Lloyd, el lago de los cisnes, Nosferatu, algo de la Factory, mucho Sinatra… No sé si este chaval tan enrollado pasará al canon de la rolinestón dentro de unos años. Yo, mientras, vuelvo a mirar la lista. Por la C de “Cave”… nada. Lo intentaré otra vez dentro de un rato.
Texto: Alfonso García
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