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[Teatro] De hienas y perros o el eco de los caníbales (Teatro Echegaray, Málaga, 23/05/18)

La nueva producción de Factoría Echegaray estará en cartel hasta el 3 de junio

Foto: Daniel Pérez / Factoría Echegaray

La angustia por un riesgo o daño real o imaginario. Tal vez no conozcan la definición exacta que ofrece la Real Academia Española del término ‘miedo’ —ahí la tienen—, pero con casi toda seguridad lo habrán experimentado. Los personajes de De hienas y perros o el eco de los caníbales, el nuevo montaje del vivero escénico Factoría Echegaray que permanecerá en cartel hasta el 3 de junio, nos recuerdan aquí y allá, durante los sesenta minutos por los que transcurre la función, lo asustados que estamos. Por todo. Las cinco protagonistas corren y huyen, cada una impulsada por variopintas y lamentables circunstancias, a la búsqueda de horizontes más habitables donde el miedo desista en acompañarles de la mano; se mueven y ronronean sin atinar con una puerta por la que colarse y escapar.

La malagueña Mercedes León conduce sin estridencias un reparto sobresaliente compuesto por Encarni (María Martínez de Tejada), la vagabunda pacense que comparte cartones y un tetrabrik de Don Simón con la albanesa Klari (Rocío Rubio); Victoria (Asun Ayllón) y Águeda (Pilar Esteban, ‘LaPili’), las caras bondadosas, tan tiernas, que contemplan y son parte de una desbandá que deja los caminos sembrados de socavones y muertos; y la subsahariana Bineka (Virginia Nölting), que, bebé en brazos, intenta dar un paso tras otro; avanzar mientras haya fuerzas, el mapa se mantenga nítido y las hienas no se dejen ver.

Proceden de tiempos y mundos distintos, pero todas ellas desembocan en el mismo punto: un cuadrilátero de arena dominado por una imponente pantalla que, junto a los tenues juegos de luces y sonido, completan un trabajo escénico fructífero y sosegado. Es en ese limbo improvisado —un infierno como otro cualquiera— donde Paco Bernal, autor del texto, sitúa los retazos de vivencias del elenco. Y es ahí, en esa confluencia de tintes oníricos, donde nos topamos con los mayores hallazgos de un relato cuyo desenlace desagua sin remedio en el mar que escuchamos al iniciarse la obra. Abandonamos nuestra butaca y enfilamos la salida del Echegaray con arena en los zapatos, en la lengua. Ya en la calle continúan acechando, siempre lo harán, caníbales, sombras y congojas: el teatro, en esta ocasión, se viene a casa con nosotros. De la mano.

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