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[Crónica] Madonna (Lisboa, 07/11/23)

El Celebration Tour marca dos hechos sin precedentes en la carrera de Madonna: el primero es que es la primera vez que realiza una gira sin promocionar un disco de estudio; el segundo es que la lista de canciones de la gira se centra exclusivamente en sus grandes éxitos. El setlist presenta, así, numerosas de sus canciones que no se habían tocado en vivo en treinta años, incluidas Justify My Love, Bad Girl, Erotica y Rain. Celebration es sin duda una gira de grandes éxitos, pero aún más un espectacular viaje musical a través de su vida, su arte e incluso su familia, con la mayoría de sus hijos uniéndose al ícono en el escenario como parte integral de la meticulosa producción. De hecho, Madonna, lejos de la imagen de diva, apareció en su actuación más transparente y cercana a su público que nunca. Entre canciones, contó anécdotas de su difícil vida antes de la fama en la Gran Manzana y cómo, en un momento dado, ella era tan pobre que no tenía acceso a un baño decente y había cambiado “mamadas por duchas”. Luego nos devolvió al escenario del icónico club de música CBGB de Nueva York mientras interpretaba, sola con su guitarra, una versión de su sencillo de 1983, Burning Up. Su vida literalmente pasaba ante tus ojos y sucedían tantas cosas en tan poco espacio de tiempo en este espectáculo caótico y teatral que resultaba complicado asimilar completamente la puesta en escena o las imágenes de la pantalla de video llena de recuerdos nostálgicos. Cada canción evocaba un recuerdo, un viaje a través de una vida con la banda sonora de una de las mujeres más influyentes de nuestro tiempo.

Abrió con Nothing Really Matters, cuya letra se dirigía directamente a los fans: “Nunca seré la misma gracias a ti”. Sola, iluminada por una enorme plataforma de iluminación circular, estaba vestida con una réplica negra del kimono diseñado por Gaultier que aparece en el vídeo de la canción. Más allá de los números de baile, en las baladas es donde encontramos los momentos más espectaculares y emotivos de la noche. Live To Tell, con Madonna en una plataforma por el aire encima de nuestras cabezas y las pantallas alrededor de la estrella mostrando los rostros de cientos de personas cuyas vidas fueron cobradas por el SIDA, incluidos sus amigos Keith Haring y Martin Burgoyne, su profesor de danza Christopher Flynn y el fotógrafo Robert Mapplethorpe. Si bien muchas de las canciones no fueron interpretadas en vivo, fueron utilizadas en fragmentos o interpoladas con éxitos que les servía para preparar el escenario, descansar y cambiar el vestuario. Probablemente sobraron alguno entreactos o se hicieron demasiado largos, como el número de bailarines en forma de siluetas al ritmo de una mezcla de Billie Jean de Michael Jackson con Like a Virgin o una prescindible versión de I will survive junto al público.

Sin embargo eran realmente apreciables los giros inesperados, como el cambio de los números alegres de baile del comienzo, casi convertidos en un multitudinario karaoke -con Holiday o Into the Groove– a la sobriedad del comienzo de Like A Virgin, con varias figuras semidesnudas con máscaras de cuero retorciéndose al ritmo del canto gregoriano dentro de cajas gigantes de metacrilato con un telón de fondo de crucifijos de neón. Toda esa rimbombancia era esperada y, sin embargo, en general el espectáculo daba pocas opciones al tedio, sino más bien invitaba a contagiarse del enloquecimiento “in crescendo”. Como la puesta en escena de Vogue, en la que la artista se trae cada día a un invitado al escenario que hace el papel de un improvisado jurado, en este caso nada menos que Jean Paul Gaultier, que también estaba esos días en Lisboa con su Fashion Freak Show.

Otro momento memorable fue la interpretación de Madonna y su pianista con Crazy For You, pero aún más impresionante la desaparición final de ambas en cuestión de segundos del escenario para dar lugar a la tercera parte de la actuación. En otro momento Madonna se subió a un ring de boxeo para presentar Erotica, recordándonos que la libertad de elegir a quién amamos es una pelea real. Al comienzo de su actuación comenzó hablando de su llegada a Lisboa: “David [su hijo] quería jugar al fútbol. Y lo que quiere, lo tiene”, bromeó. “Cuando nos mudamos aquí, no teníamos casa, no teníamos amigos. Diré algo importante: Lisboa, puede que me haya ido, pero siempre te extrañaré” y poco después, volvería a interpretar Sodade, de Cesária Évora, tal como la primera noche.

En el acto final, Madonna estaba rodeada de bailarines vestidos como ella a través de los tiempos, con 17 trajes usados ​​originalmente por ella, que representan muchas de sus reinvenciones, ofreciendo tributo a Michael Jackson y mostrando fotografías de íconos muertos de forma aleatoria, cantando Bitch I’m Madonna una y otra vez, la “traca final” en todo su apogeo.  Más allá de las críticas que se puedan hacer, The Celebration Tour es la merecida celebración de una estrella del pop y de una artista que se convirtió en el más sólido ícono posmoderno de la cultura popular y que hizo de la reinvención contínua como la herramienta principal para sobrevivir en la industria musical durante 40 años.

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