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[Crónica] Sílvia Pérez Cruz (Teatro Cervantes, Málaga, 01/06/18)

Foto: Daniel Pérez / Teatro Cervantes

Es innegable que el jugueteo experimental de granada, disco que editó junto al ubicuo Raül Fernandez Miró en 2014, le abrió a Sílvia Pérez Cruz puertas a un público más amplio. Pero la de Palafrugell, que en 2012 publicaba su primer trabajo en solitario, 11 de novembre, venía desde 2001 dando rienda suelta a sus inquietudes en los más de diez grupos de diversos géneros a los que perteneció. De esta forma, el flamenco, el jazz, el pop, la música tradicional catalana o el folclore ibérico y sudamericano terminaron por anidar en su propuesta con pasmosa naturalidad. El amplio abanico de afluentes musicales queda reflejado con ahínco en sus directos, donde su voz transita, soberana, de aquí para allá, de la caricia al estallido. Cuatro años y pico lleva cantando junto al quinteto de cuerda con el que acudió anoche al Cervantes, pero fue en 2017, y ya con un rodaje personal y artístico significativo, cuando grabaron Vestida de nit, una colección de canciones que acoge nuevas composiciones y versiones. Elena Rey y Carlos Montfort (violines), Anna Aldomá (viola), Joan Antoni Pich (violonchelo) y Miquel Ángel Cordero (contrabajo) le acompañan en una aventura que ha recorrido gran parte de nuestro país, ha sobrevolado Sudamérica, Japón, Francia o Portugal, y que ahora, con cierto escepticismo, vislumbra en el horizonte su conclusión.

Sílvia apareció en penumbra, escorada, sobre un escenario desvestido donde poco a poco se fueron situando los músicos. Tras el inicio con Cinco faroles, pronto comenzó a desgranar Vestida de nit a través de Tonada de luna llena y una coqueta Mechita que ayudó, según sus propias palabras, a recuperarse de la intensa apertura. Su evidente carisma, que sale a relucir en las charletas entre canción y canción, provocó risas y aplausos, convocando una complicidad con los asistentes que se iría estrechando con el transcurrir de la velada. Sonaron Estranha forma de vida, el fado de Amália Rodrigues; Mañana, poema de Ana María Moix que en sus manos toma forma de ranchera; o Ai, ai, ai, tema que se alzó con el Premio Goya a mejor canción original al estar incluida en Cerca de tu casa, la película de Eduard Cortés sobre los desahucios que también protagonizó y presentó en el Festival de Málaga hace un par de años. Con Loca rememoró su feliz encuentro con la bailaora malagueña Rocío Molina; a su madre, allí presente, se la dedicó. Las tres, apunten, se subirán a las tablas del Cervantes el próximo 7 de agosto con el espectáculo Grito pelao dentro de la programación del festival veraniego Terral.

Con la introducción de No hay tanto pan llegaron los primeros vítores, la primera gran ovación. Quiso el calendario que los acontecimientos políticos de los últimos días desembocaran el viernes en un clímax, en una liberación, que se trasladó al abarrotado patio de butacas. Tras la interpretación, magistral, los aplausos arreciaron. Las manos enrojecieron. Ella, sentada y sonriendo, esperó pacientemente hasta que, cuando pudo, cuando se lo permitimos, encaró un Hallelujah que sumó a Cohen a la ecuación. Tocaba planear y rebajar una exaltación colectiva plenamente justificada. Se consiguió con una particular revisión de la Lambada, pero volvimos a ponernos en pie al finalizar la sentida lectura de Estrella, pieza que abría aquel Despegando para el recuerdo firmado al alimón por Enrique Morente y Pepe Habichuela en 1977. En los bises degustamos un entretenido popurrí que sirvió para celebrar con algunos tequilas el cumpleaños de Carlos Montfort y encaminarnos hacia un Gallo rojo, gallo negro, de Chicho Sánchez Ferlosio, que supo a gloria. Qué día, qué noche. Qué alegría, Sílvia.

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