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[Crónica] Rufus Wainwright (Teatro Cervantes, Málaga, 29/06/2019)

Concierto para el recuerdo del músico canadiense dentro del festival veraniego Terral

Rufus Wainwright, durante su actuación de anoche. Foto: Daniel Pérez / Teatro Cervantes

Rufus Wainwright se colgó el petate al hombro el pasado mes de noviembre para celebrar el vigésimo aniversario de su debut, de título homónimo, y recordar su continuación, Poses, editado en 2001. Durante la gira, que comenzó en Los Ángeles, echó el cierre en Ottawa y transitó en abril por Gijón, Madrid y Barcelona, el músico canadiense nacido en Estados Unidos y su banda desgranaron con fruición algunas de las excelencias contenidas en sus dos primeros trabajos. Pero ayer en el Teatro Cervantes, dentro de la programación del festival veraniego Terral, compareció acompañado únicamente de piano y un par de guitarras acústicas, instrumentos que iría alternando a lo largo de la noche. La propuesta, pues, se apartaba así del temario del tour conmemorativo —aunque sonaron igualmente Millbrook, Cigarettes and chocolate milk o Poses— para abrazar un extraordinario picoteo escogido de entre su extenso catálogo. No hagan caso al tango: veinte años son una perchá, y si uno, como es el caso de Wainwright, tiene talento y sabe de qué va la cosa —esto lo dejó mejor escrito en sus diarios Jules Renard—, dan para una sustanciosa cosecha.

Abrió con Art teacher y Vibrate, piezas que sirvieron para calibrar lo que serían las bondades del reducido formato: sonido impoluto, voz a la que aferrarse hasta el final de los días y unas canciones que acrecientan su valor, en forma y fondo, subidas al escenario, desde donde caen como fruta fresca y alimenticia. Complainte de la butte situó a París en el mapa, ciudad desde la que Rufus recalaba en Málaga y a la que recurrió anoche con cierta insistencia, mientras que Out of the game y Jericho, ya a las seis cuerdas, insuflaron nuevas tonalidades a la velada. Felicitó el Día del Orgullo con Gay messiah y anunció nuevo disco para la próxima primavera, del que ofreció ayer tres halagüeños adelantos: Only the people that love, Peaceful afternoon y una Early morning madness que describe con vellos y señales la aflicción que produce la resaca, malestar cuyos tipos de interés crecen de forma imperturbable con el paso de los años.

Wainwright, calzado con los mismos zapatos con los que Dorothy marchó a la búsqueda del mago de Oz, se mostró asimismo sobresaliente y encantador a la hora de relatar historietas y contextualizar parte del repertorio. Para el recuerdo quedará el chascarrillo sobre su sesión de masaje en Barcelona o la anécdota sobre qué y quién propició que se sentara a escribir Candles, que interpretó a capela. Y evocó, claro, a Leonard Cohen con So long, Marianne y un Hallelujah a todas luces superlativo: cuatro o cinco minutos que, ignorando fuerzas mayores que puedan torcer el asunto, permanecerán indelebles en nuestra memoria. La genialidad era esto.

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