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[Crónica] Beach House (Apolo, Barcelona, 20/11/2015)

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Beach House: la misa del futuro.

El himno nacional francés se está abanderando estos días como símbolo de respuesta ante la brutal ola de atentados del pasado viernes en París. No quisiera restarle valor a la obra musical en sí, pero propongo que adoptemos otro tipo de himnos que, sin abandonar del todo las raíces de la nación recientemente afectada, sean un poco más universales. Hablo de cualquier canción interpretada por la parisina criada en la costa este norteamericana que hay bajo la melena de Victoria Legrand. Porque pienso que nos llegarían y alentarían más a todos, en uno de los pocos idiomas que todos entendemos, y dejando al margen cualquier connotación política que hay siempre tras los símbolos de los Estados – Nación. No queremos una guerra entre países; queremos superar este bache – este ‘choque de civilizaciones’ – a base de cultura, de arte y de mensajes rebosantes de paz, amor y esperanza. Por suerte, conciertos como el de anoche de Beach House en la sala Apolo de Barcelona demuestran que todavía nos quedan motivos para tener fe en la humanidad.

Los de Baltimore dieron un tremendo golpe encima de la mesa con un directo intenso, bello y rabioso a partes iguales. Sobre un setlist impresionante, confeccionado para repasar una discografía brillante y sin fisuras, ofrecieron un extra de contundencia muy bien argumentada entre las habituales mantas y sábanas de delicado y sedoso dream pop. En teoría venían a presentar no uno, sino dos discos, pero les dedicaron apenas medio recital. En cambio, dejaron caer joyas antiguas como Silver Soul, todavía sumida en la oscuridad del principio, una satinada y casi pretérita Masters of None, de su álbum de debut, Walk in the Park, modélica, luminosa e inconfundible, o 10 Mile Stereo, planteada desde una aceleración algo distinta conducente a un final palpitante y casi épico. No faltaron referencias al Bloom, seguramente su trabajo más celebrado: On the Sea, con esa deliciosa y delicadísima guitarrita goteando desde lo alto, y sin más ritmo que el que marcaba el teclado de cámara de Victoria; Wishes– ¡qué redobles! –, y las imprescindibles Myth e Irene, el perfecto broche de oro para los bises.

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En mi opinión, el gran atractivo de Beach House reside en la repetición disciplinada de ese estilo tan pulido que tienen, como si las canciones fueran obras de artesanía esculpidas casi en serie, y con la voz de Victoria embotellada al vacío sin fecha de envasado ni de caducidad. Por eso su experiencia en directo resulta tan hipnótica como catártica. Ayer, en la majestuosidad de una sala como Apolo bien rebosante, desplegaron sin piedad su trance onírico hasta dejarnos secos. Incluso podría decirse que las muestras de euforia por parte del público fueron escasas y tardaron en llegar: solo a raíz de la explosión de fuerza y fiereza de Wishes, hacia la hora de concierto, nos atrevimos a respirar. Repito: ¡qué redobles! ¡Qué cambios de ritmo! ¡Y qué grito ahogado de Legrand! Su dominio de las texturas desde el teclado fue absoluto, casi dictatorial, apoyada en un suelo empedrado de bajo y con Alex Scally vertebrando rasgueos y punteos con su guitarra de impecables modales entre lo barroco y lo impresionista. Orfebrería de lujo.

El resto del setlist, una segunda mitad intercalada entre viejas y relucientes piezas de museo, quedó reservado para las canciones más recientes, la mayoría procedentes de su – ya – penúltimo álbum Depression Cherry. De hecho, abrieron con su tema inaugural, Levitation, y cerraron – antes de los bises – con Sparks, muy redondeada en las formas, pero con la contundencia expresada a través del susurro convertido en grito de Legrand. Haciendo gala de una asombrosa capacidad para combinar de manera fascinante lo sencillo y lo recargado, Beach House se ganaron con creces la categoría de gran banda universal en la primera de las dos noches programadas con sold out en la sala Apolo. Con toda seguridad, algo ardía en las entrañas de Victoria. Su lado más colérico y tempestuoso salió a relucir en una velada gloriosa que será recordada durante años en la capital catalana. Desgraciadamente asociada al 13-N de París, quizá pueda servirnos de referencia de lo que debería ser la religión del futuro: una comunión sincera basada la belleza y la perfección de lo que somos capaces de crear como seres humanos.

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