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[Reseña] Free Bach 212 (Teatro Cervantes, Málaga, 18/01/2018)

La Fura dels Baus y Divina Mysteria unen fuerzas en Free Bach 212, un concierto-performance, o como se atrevan ustedes a bautizarlo, que agita flamenco, lírica, danza y electrónica en el interior de un mismo saco para dar vida a la cantata profana De los campesinos (Bauernkantate BWV 212) de Bach. La idea parte de Miki Espuma y David Cid, que disponen sobre el escenario un arsenal artístico compuesto por el bailaor Miguel Ángel Serrano, la cantaora Mariola Membrives, la mezzosoprano Eulàlia Fantova y el barítono Juan Garcia Gomà. A los lados del escenario se sitúan el ensemble barroco Divina Mysteria y Espuma, que se escuda tras su maquinaria y un charango que sacará a relucir, dichoso, cuando la fiesta parezca no tener fin. Suyas son las secciones más estruendosas, acercándose, a través de distintas capas de sintetizadores y asistido por una sucesión de fulminantes imágenes, a un hipnotismo que abraza el caos y al que podrían caer rendidos los Can del bendito Tago Mago.

La combinación de tantos y tan variopintos elementos no causa indigestión; es tal la suavidad y coherencia del tránsito entre los distintos cuadros que a uno le parece de lo más natural y orgánico. Ni siquiera cuando irrumpe el Gimme tha power de Molotov se desbarata aquello: la enjundia es incluso mayor. Al reparto, en constante movimiento, únicamente podemos dispensarle parabienes: todos y cada uno de los intérpretes rebosan ritmo, emoción y diversión a través de sus voces, cuerpos o instrumentos, dentro de un montaje nacido de la improvisación pero también de la cebada y el lúpulo. La cantata, compuesta en 1742 por Picander —libretista de muchas de las obras de Bach— tenía como destinatario a Carl Heinrich von Dieskau, un gobernante y recaudador de impuestos; es un homenaje de sus subordinados, ya ven, entre los que se encontraba el propio Picander. Pero más allá de Hacienda existen otros placeres y pecados que se congregan aquí, ya hacia el final, en una taberna colmada de baile, música y una encomiable cantidad de cerveza. Tanta que ayer terminó por desbordarse hasta alcanzar el vestíbulo del Cervantes una vez finalizada la función. Allí, representando lo representado minutos antes, el público protagonizó su propia jarana para finiquitar una noche memorable. Y es que en la vida sin cerveza no hay pasión, todo es tristeza.

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