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[Reseña] Bright Eyes – Down In The Weeds, Where The World Once Was

Bright Eyes dejaron de estar juntos en 2011, en un arranque de honestidad poco habitual, cuanto comprendieron que no tenían que ofrecer nada nuevo. Y tan natural como aquel descanso, que no necesariamente ruptura, fue su regreso. Antes de ello, Conor Oberst grabó un álbum de reunión diferente, Payola de 2015, con su banda de punk político Desaparacidos, y formó Better Oblivion Community Center con Phoebe Bridgers con la que lanzó un disco homónimo en 2019. Oberst tuvo la idea de volver a reunir a Bright Eyes durante una Navidad de 2017, en una fiesta en la casa de Los Ángeles de su compañero Nathaniel Walcott. Los dos se escondieron en el baño y llamaron al tercero en discordia, Mike Mogis, que estaba de compras navideñas en un centro comercial de Omaha. Mogis dijo inmediatamente que sí. Asi que no necesitaron una gran oferta discográfica sobre la mesa, sólo un poco de alcohol en sangre.

Tengo que seguir adelante como si no fuera el final / Tengo que cambiar como si tu vida dependiera de ello”. Así de sobrecogedor es el comienzo de Down In The Weeds, Where The World Once Was, el décimo álbum de estudio de Bright Eyes y su primer lanzamiento desde 2011, dedicado al hermano del cantante, fallecido en 2016. El disco, con Oberst en sus 40, con Nate Walcott, de 42 años, y Mike Mogis, de 46, el más colaborativo, trabajado desde una sola demo y escrito en períodos en Omaha y en la casa de Walcott en Los Ángeles está impregnado de inevitable madurez.

De todos los invitados al álbum, incluido el baterista de Queens of the Stone Age Jon Theodore y Jenny Lee Lindberg de Warpaint, puede sorprender la presencia de Flea, justificada en que Nate Walcott ha estado de gira los últimos tres años con Red Hot Chili Peppers. Aunque se podría acusar a Down In The Weeds, Where The World Once Was de una excesiva producción- lejos del tono rústico de aquel disco de debut y la sobriedad del más reciente Ruminations, el último en  solitario de Oberst- lo cierto es que cada instrumento empleado a lo largo del álbum cumple su misión, por lo que esa sobrecarga es más bien aparente. Asi, los omnipresentes arreglos de cuerdas- sólo apenas discernibles hacia la mitad del disco en la sencilla Pan and Broom, a ritmo de dulcimer, en la breve Tilt-A-Whirl y en Hot Car in the Sun– dotan de un mayor dramatismo a la agitada y vehemente voz de Oberst, dotándola de una epicidad que no parece impostada, aunque por momentos podría resultar histriónica. Con el final a ritmo de vals con Comet Song concluye con un final cuasi operístico una obra ambiciosa que no llega a ser excelente, pero sí un retorno meritorio.

 

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