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[Reseña] Royal Blood – Royal Blood

royal bloodUn ejército de dos.

Royal Blood son el último grito en rock garage. Como vaticinó la BBC a principios de este año, el dúo de Brighton ha triunfado en 2014, causado un revuelo con su homónimo primer álbum que no se recordaba en Inglaterra por un álbum de debut de rock desde la publicación en 2011 del Noel Gallagher’s High Flying Birds (Sour Mash, 2011) del mayor de los ex Oasis. Su fórmula es sencilla y por todos conocida: ritmos inapelables de blues-rock con mayúsculas, una retahíla de riffs tras otra, y un discurso claro, directo y sin intermediarios. Pero la clave de haber llamado tanto la atención, seguramente, descansa en el hecho de que el vocalista Mike Kerr, mientras Ben Tatcher toca la batería, empuña un único bajo con el que se encarga de todo el apartado de cuerdas, derivando y produciendo un sonido de guitarra y otro de bajo, que mantiene sin embargo unidos y coordinados como si fueran parte de un mismo ejército indisoluble.

Royal Blood (Warner Bros, 2014) es la potente y compacta demostración de fuerza de ese ejército. A través de sus diez canciones, en poco más de media hora y sin rodeo alguno, los de Brighton han construido y comandan un auténtico frente de batalla alto y vivo de sonido, que avanza con paso firme y en el que apenas se vislumbran fisuras. Un frente y un sonido que, aunque parezcan provocados por un numeroso y disciplinado tropel, proceden y se componen únicamente de dos elementos. La batería de Tatcher, que en todo momento se perfila ancha, y más o menos gruesa según lo requiera la sensación de riesgo; y el estilete de las cuerdas de Kerr, que transforman el entramado pétreo del ritmo, más estático, en un artefacto de ataque deliberado y calculado. Riffs contundentes y seguros de sí mismo, principalmente porque casi siempre los secunda y refuerza el bajo a pies juntillas. Como una sombra que subraya y proyecta aun más la fuerza de este ejército de dos.

Las primeras comparaciones se han establecido con White Stripes, claro (Careless, sobre todo); pero también con Arctic Monkeys, Queens of the Stone Age y The Black Keys. Rock garagero de buena estirpe la mayoría de ellos. Así de insaciables somos público y prensa a la hora de buscar y encasillar nuevos ídolos. En cualquier caso, lo cierto es que Royal Blood han venido a ocupar un puesto que parecía vacante dentro del panorama internacional; y Royal Blood no es más que su carta de presentación. Visto en conjunto es verdad que resulta impactante y avasallador: media hora de alta velocidad sostenida, en la que no hay espacio para la pausa. Pero escuchadas individualmente, sin el apoyo del resto de la tropa, apenas se filtran canciones o momentos de canciones que vayan a pasar a la posteridad. Es más bien su conjunto lo que nos gusta, la explosiva sucesión de zancadas que conforman una carrera perfecta de 100 metros.

Obviamente son canciones que funcionan, y muy bien. Desde la majestuosa e incendiaria apertura de Out Of The Black, cuya tremenda energía parece desbordarse de sus propios cauces; hasta el desafiante y altivo cierre de Better Strangers. Seguramente destaca Figure It Out, por recordar a un tipo de canalización de lo violento al estilo Death From Above 1979, y por un final explosivo que en directo tiene que estallar una y otra vez. También Blood Hands, la más narrativa melódicamente hablando, y lo más parecido a un tema lento y sentido que hay en todo el disco. También, por supuesto, la desenvuelta Little Monster, que fue el primer single suyo que lanzó Warner, la ya mencionada Careless, y la contundente Ten Tonne Skeleton, que funciona casi de ultimátum.

Tal vez la rápida efervescencia del éxito de Royal Blood no sea muy habitual entre las propuestas musicales de su calado, pero es más fácil cuando te respalda una multinacional. También es verdad que al semidescubrimiento y adoración por parte de Matt Helders, batería de Arctic Monkeys, hay que sumar la declarada admiración de otros grandes del rock como Jimmy Page o Matt Bellamy (de Muse). Algo tendrán para haber despertado tanto interés. Cabe la posibilidad de que su indiscutible éxito se deba, en parte, a las ansias del público de tener nuevas figuras, a la maña comercial de una gran empresa que ha visto un diamante en bruto en ellos, y que éste dé como resultado un galardón como el Mercury Music Prize. Por el momento son candidatos. El tiempo, eso sí, con la llegada de futuros trabajos, dirá si son de verdad un ejército de dos autosuficiente o no.

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