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Sharon van Etten – Tramp

Sharon van Etten es, en estos momentos, el principal motivo de mi felicidad. Sé que es superficial, efímera y basada en ese placer que pruebo y reconozco cuando descubro un artista o grupo que me enamora a primera vista: noto el pecho más ancho, una sonrisa siempre latente, y unas ganas tremendas de contar lo que oigo, siento y observo. Y la vida es así: hace un mes no la conocía, era solo uno de los incontables nombres que había leído, y que tenía pendiente; me la perdí en el Primavera Sound. Pero cada cosa tiene su momento, supongo, y así disfrutaré durante todo el verano de las ansias de querer escucharla en directo. La cita: a finales de septiembre en Madrid, Valencia y Barcelona.

Lo que sé de Sharon van Etten lo aprendí en Wikipedia, pero todo lo que demás me lo enseña ella cuando canta. Sé que es de Jersey, que Kyp Malone, el de los TV On The Radio, la animó a iniciar su carrera musical, que ha colaborado con The Antlers, que su último Cd, el primero que he escuchado yo, TRAMP, lo ha prodcido Jajgaguwar, y que se ha grabado en el estudio de Aaron Dessner, de The National. Pero también intuyo, yo solito, que esta chica va a llegar muy lejos: por lo menos, al lugar que le corresponde dentro de la generación de mujeres que, en el mundo anglosajón, se está haciendo con el control del rock. Del corte de Cat Power, PJ Harvey, Mazzy Star, Leslie Feist o St. Vincent, la de Jersey compone un folk educado en la urbe, suave en su definición, pero triste en su andadura. Una suerte de baladas modernas, envueltas en una voz preciosa que no alardea ni especula. Pero además, Sharon van Etten tiene siempre una nota distinta, un punto diferenciador.

Podría ser cruel hallarse entre tanta figura comparable, pero resulta ella perfectamente original. En sus canciones siempre hay momentos en los que hace algo inesperado: una nota que sorprende, una combinación de acordes que redirecciona la harmonía sonora, siempre muy cuidada, un acento folk de algún lugar de su memoria, o un desarrollo que nos lleva a sitios que nunca podríamos haber imaginado. Siempre elegante, a veces majestuosa y solemne, Sharon van Etten se mueve fundamentalmente por paisajes nocturnos, dejándose arrastrar por sus recuerdos del pasado con naturalidad, sincera. TRAMP, de todas formas, contiene el equilibrio anímico y los puntos de luz por los que entra un sol capaz de anular cualquier atisbo de oscuridad. Es la contundencia de las decisiones que, tomadas con pasión en la cama por la noche, se ratifican de verdad, y se hacen reales, con el desayuno de primera mañana.

Podría decirse de TRAMP que es un disco de iluminación y de sombras, más que de claros y oscuros. Sharon van Etten no transmite nada en cuanto al bien o al mal, simplemente parece aceptar sus dos vertientes, los dos estados de ánimo más universales: sentirse bien, sentirse mal. No es la luz o la oscuridad, sino las proyecciones de éstas sobre su ser; y las combina reiteradamente de manera natural, delicada y firme. Con un buen número de canciones emblemáticas, resulta un disco muy completo y satisfactorio: de los que dejas en repetición eterna para que tu mente busque una y otra vez, inútilmente, cuál es el tema que más te gusta. Su voz quebrada, más parecida a la de Chan Marshall que a la de las demás, monopoliza las 12, con un grado muy modesto de teatralidad: parece una docena de piezas, cogidas al azar, de su discurso cotidiano.

No obstante, y habiendo escuchado el resto de la hasta ahora corta discografía de esta joven treintañera norteamericana, que se completa con Epic (2010) y Because I Was In Love (2009), opino que este último trabajo destaca por una elaboración, decoración y presentación más engalanada: piezas aparentemente menos casuales del mismo discurso; más preparadas. Eso sí, sin prejuicio de esa naturalidad y distinción puntual que tanto la caracteriza. TRAMP es menos lineal, con mayor variedad de tonos, ritmos (aunque para nada en exceso), y ondulaciones y recorridos melódicos; y mucho más contrastado, por tanto, en lo que respecta a la iluminación y al sombreado anímico que de él se extrae. Shraon van Etten, aquí, resulta más narrativa: cuenta una historia sin palabras, a lo largo del Cd, que repasa penas y glorias a modo de confesión voluntaria, y sin miedo alguno a las consecuencias.

Baste de ejemplo del contraste la transición de Warsaw a Give Out (uno de los mejores): de la resolución rockera al desencanto, al sonido atormentado pero tranquilo que, desde el acústico, va creando en base a acordes estrechos y a una voz combada y doliente. Una balada completa, y constantemente sorprendente, que se fortalece mediante arreglos precisos. Entendemos que el discurso es más versátil cuando suena Serpents, quizá la mejor canción del disco, y una verdadera joya. Paradigmática del sonido evolucionado de Sharon van Etten, nace de una guitarra, entre aullidos de otras, y en seguida, con dos giros inesperados de su voz, tomamos el camino inimaginado. La batería, en un lento, implacable y corto desarrollo, tiene que explotar en redobles, y su voz serpentea en todas direcciones. Lo bueno que tiene es que aún recordando a las musas arriba mencionadas, siempre hace algo que ninguna de ellas haría jamás.

La solemnidad regresará tras dos canciones con nombre de hombre, Kevin’s y Leonard: puntos claros de entrada de luz, en la caverna de Sharon. In Line es un sobrevuelo inocente y bastante inocuo, pero sobradamente elegante, con una batería cansada que la eleva en el clímax final como un portador firme, fiable, y de larga experiencia. A continuación, a mitad del Cd, se abre el centro de luz con All I Can, un canto a la esperanza declarado, cuyo desarrollo, siempre hacia arriba, parece el ascenso de un globo, que se eleva más y más a medida que se va hinchando, a pequeños empujones de alegría e ilusión bastante impredecibles, aparentemente causales, pero dirigidos con maestría; siempre hacia arriba. Es el epicentro anímico que sostiene toda la obra, y que permite incluso que en los rincones haya ciertas formas de vida y de expresión.

El último gran momento del Cd, en mi opinión, es Magic Chords: un delicioso temazo con el eco de la soledad de fondo, batido por un ritmo que, aún en las últimas, no acaba de rendirse, y sigue besando el suelo por el que ha de pisar Sharon. Misteriosa y extrañamente en paz, la de Jersey parece a punto de desaparecer tras una cortina de niebla densa, tal vez para siempre, con la plena aceptación de su destino, sea cual sea. Un Cd que solo al final baja un poco de nivel, con tres temas algo más convencionales, aunque igualmente bien confeccionados. En absoluto desentonan: más bien resultan una prematura pacificación de la dialéctica interna, sutil e impresionista, que compone el disco casi entero. Desde luego, a tenor de lo escuchado hasta ahora en cuanto a novedades, opino que el TRAMP va a estar en muchas de las listas de lo mejor del año. En la mía, al menos de momento, ocupa plaza en el top-3.

También disponible en En Clave de Luna.

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