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Nick Cave & The Bad Seeds – Push The Sky Away

El hombre.

Nicholas Edward Cave nació artísticamente hacia finales de los años ’70 en Melbourne, Australia, en una época en la que ser músico ya no era una simple forma de rebeldía y activismo, como lo había sido años atrás: empezaba a implicar, de algún modo, un acto de insolencia y contestación más allá (o más acá) de la voluntad de construir, mediante la cultura en el mejor de los casos, un mundo mejor para los que vinieran después. Como manifestación eminentemente nihilista que es, lo que el punk vino a reflejar, dentro de la psicología colectiva del mundo occidental, fue el auténtico descalabro ideológico y conceptual que siguió al ’68, y que algunos sociólogos pronto bautizaron con el nombre de posmodernismo. En ese sentido, la carrera de Nick Cave representa un crudo y sincero escaparate de la sucesión de etapas personales que, desde ese momento hasta nuestros oscuros y críticos días, ha caracterizado su obra.

Se trata de uno de los feos oficiales con mayor éxito entre el género femenino (sus conquistas, múltiples, y muchas de ellas célebres artistas, están muy presentes en su trabajo), seguramente debido a una poderosa presencia que es a la vez grotesca, distinguida, mundana y escabrosa, y al tacto refinado y brutal de su obra escrita y musical. Nick Cave es la palabra, la voz, la boca, el gesto y el cuerpo, todo entregado a una misma y personal expresión artística, aunque ésta haya adoptado diversas formas a lo largo de los años. Digo esto ya no solo por sus admiradas dotes literarias, traducidas en media docena de novelas, o por su relación con el cine, sino más bien por esa interminable capacidad de transformación estética que, a la postre, ha hecho de su obra algo completamente único e inimitable. Cave es incatalogable porque su música no ha sido nunca su producto, sino el resultado, natural y cambiante, de sí mismo.

Han pasado casi 30 años desde que formó en el Berlín Oeste, junto a su incansable compañero de andanzas Mike Harvey, la banda Nick Cave & The Bad Seeds. Concebida en principio como agrupación internacional de artistas (que entrasen y salieran) con inquietudes y maneras semejantes, fue algo más que la simple continuación de una carrera conjunta que ya contaba con dos etapas anteriores. Con The Boys Next Door en su Australia natal, y rebautizados en Londres como The Birthday Party, Cave, Harvey, Rowland S. Howard (tercero en discordia que sustituyó a Phil Calvert) y Tracy Pew habían explorado el lado más artístico y provocador del incipiente y oscuro subgénero post-punk, adquiriendo gran notoriedad por sus directos incendiarios e impúdicos. Pero las drogas y la crispación acabaron desgastando las entrañas, el cerebro y la garganta de Cave; así que en 1984 rompió con Howard y empezó una nueva etapa creativa, menos colérica y más lírica, con The Bad Seeds.

El disco.

En tres décadas de trabajo han lanzado al mercado 15 álbumes de estudio, 3 en directo, 2 recopilatorios y una treintena de singles con sus respectivos videoclips, pero hacía casi 5 años que no sacaban material nuevo. La proyección y el éxito del nuevo proyecto paralelo de Cave, Grindermann (formado junto a Warren Ellis, otra mala hierba australiana y líder de la banda Dirty Three), entre 2007 y 2011, con dos discos y sus correspondientes giras promocionales, además de la marcha definitiva de Harvey del grupo en 2009, hacían presagiar un futuro más bien incierto para los Bad Seeds. Push The Sky Away (Bad Seeds Ltd, 2013), por tanto, ha de ser la respuesta a innumerables plegarias, y además puede que marque el inicio de otra nueva etapa estética de Cave: por lo pronto, es el primer disco que auto-editan; y el primero también sin Mike Harvey.

Aparece en él un Nick Cave relajado y complacido; magnético y provocador como siempre, pero ya no desde la ira y la irreverencia, sino desde el sosiego y la serenidad más imperturbables. Es un disco de respiración lenta, honda y gutural; de ritmo plácido e inflexible sentimentalismo, centrado en el efecto sedante, sugestivo y dominador de su imponente voz, Ésta, de hecho, solo se deja acompañar por una instrumentación prácticamente minimalista, por un susurro respetuoso y certero, llevado a cabo por pianos, guitarras, flautas, violines y un sinfín de instrumentos más que ni se apelmazan ni pretenden, por lo general, llamar la atención. Todo discurre en Push The Sky Away bajo la peligrosa calma de un fuerte músculo destensado. Porque, a pesar de todo, Nick Cave sigue siendo poderosamente inflamable por naturaleza: solo parece haber dejado atrás definitivamente toda esa crispación posmodernista.

Se podría decir que el australiano ha alcanzado una edad en la que la energía ya no se desperdicia a base de brotes de ira; un estatus en el que los cabreos adquieren cierta forma señorial, y en el que el grito deja de ser necesario. Por eso Push The Sky Away, sin ser en absoluto su disco más orquestal o florido, presenta altas dosis de musicalidad, que proceden precisamente de esa serenidad y soberana superioridad. Lo de Cave son purgas casi silenciosas, cada vez más hacia dentro: quizá haya aprendido que la única forma de cambiar el mundo exterior que nos ha tocado vivir es transformar nuestro interior. Cada canción parece estar rodeada por un muro de íntimo y grueso sentimiento, acolchado pero recio, en el que el eco de su voz resuena si cabe aún más grave. Y en el interior de esa fortaleza amurallada, Cave explora desde el erotismo de We No Who U R a la disipación liberadora de Push The Sky Away.

Tal vez se respire cierta ansiedad subterránea en Water’s Edge, o un regusto martirizado a derrotismo en We Real Cool, apoyados ambos en potentes y medulares bajos, pero siempre dulcificadas, sobre todo la segunda, con preciosos arreglos de violín y piano. Jubilee Street, seguramente la más grandilocuente, presenta un desarrollo semejante al crecimiento de un árbol sano y enorme que te hace levantar la cabeza; y Higgs Boson Blues, con ese descarado olor a Cave, representa la versión más cercana a sí mismo: un músico capaz de hacer un mundo de una partícula insignificante de vida. Pero más allá de los temas, Push The Sky Away será recordado por su portada blanca, su sonido limpio, por la removida calma que subyace en las mareas vocales del australiano, por ser una versión más que aceptable de los Bad Seeds sin Harvey, y por darnos de nuevo la oportunidad de verle en directo.

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