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Quique González – La noche americana

El “cantautor” (que difícil es aplicar a veces este término dadas las connotaciones que tiene) madrileño Quique González le hizo un corte de mangas a la industria musical después de varios encontronazos con discográficas y managers. Desde entonces se autoedita los discos a través de su propio sello aunque, eso sí, ahora le distribuye El Diablo. Lo bueno que tiene esta forma de producción es que a uno le permite hacer lo que le dé la gana (siempre que la economía lo permita, claro), y vistos los resultados de su quinto y último disco, La noche americana (Varsovia Records/El Diablo, 2005), parece que merece la pena. Sobre todo si se tiene la suerte de contar con Richard Dodd (Tom Petty, Johnny Cash o George Harrison ) para su masterización.

El álbum está producido por dos colaboradores habituales del madrileño: José Nortes y Carlos Raya. Este último, a la sazón guitarrista en el disco, se convierte en una presencia imprescindible, de forma que define con claridad el sonido de todas sus canciones, ya desde la primera, Vidas cruzadas. Aunque quizás sea en temas como Kid Chocolate -con unos potentes riffs de guitarra cercanos a músicos como Stevie Ray Vaughan- o Me agarraste -en la que participa Jorge Drexler aportando su voz a los coros- donde se “luzca” más el guitarrista.

El disco destila, en lo musical, influencias americanas por los cuatro costados: en algunos momentos podría recordar a Ryan Adams o a Tom Petty. Incluso canciones como la irónica Justin y Britney se acercan a la búsqueda de los orígenes musicales americanos de Mark Knopfler. En lo literario nos encontramos con escenas y pasajes cien por cien cinematográficos, como la historia de El campeón, en ese verso robado a Sabina sobre Steve McQueen (Días que se escapan) o en Hotel Los Angeles, inspirada en Toni Soprano (protagonista de una serie de televisión más cinematográfica que algunas de las últimas producciones de Hollywood).

La noche americana es, en comparación con su anterior trabajo, Kamikazes enamorados (Varsovia Records, 2003) –toda una delicia acústica y minimalista, presente en éste en canciones como Nunca escaparán– un disco muy roquero, que combina la fuerza de sus canciones más potentes (la mencionada Kid Chocolate) con la delicadeza de las más introspectivas como Hoteles solitarios, o incluso los temas evolucionan desde uno a otro como 73 (¿he hablado ya del bien hacer de Carlos Raya a la guitarra?).

En fin, hablamos de trece grandes canciones (sin contar las cinco grabadas en directo que incluyen las diez mil primeras copias en una edición limitada) de uno de los músicos a los que no hay que perder de vista, porque se ha hecho un hueco, con todo derecho, en este pequeño y difícil lugar que es el mercado musical español. Quizás la única pega que podría ponérsele es su estilo para cantar, como si no pudiera separar los dientes (expresión robada a Pablo de PopMadrid y que define muy bien al madrileño). Pero si Bob Dylan, Leonard Cohen o, por poner un ejemplo más cercano, Joaquín Sabina han podido lograr el estatus que tienen, será por algo. Y como siga así, seguro que Quique González también lo logrará.

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