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Mercury Rev – The secret migration

Más de quince años han pasado desde que las inquietudes de Jonathan Donahue y Grasshopper encontraron su expresión musical mejor definida -y profesional- gracias a la psicodelia ruidosa de principios de los noventa. Aquella apuesta se llamó Mercury Rev y, aunque no han sido los únicos componentes del grupo, a ellos corresponde el mérito de haber llevado dicho nombre a lo largo de este tiempo, en el que no han faltado momentos amargos y constantes cambios de formación. Disimulada por un período en el que las cosas parecían rodar más a su gusto -la unión de público y crítica en las alabanzas a su disco de 1998 Deserter’s songs– la trayectoria de la banda siempre se ha caracterizado por un tono oscuro que hace más sorprendente la irrupción, en su nuevo trabajo, de algo que hasta ahora apenas se había dejado entrever en momentos puntuales: Mercury Rev tienen un lado luminoso y de él nace una música fabulosa.

Antes de seguir, conviene recordar que los protagonistas son los mismos que en su anterior visita al estudio de grabación –All is dream, 2001-, esto es: Donahue, Grasshopper y Jeff Mercel, con la producción del indispensable Dave Fridmann. Para presentar las canciones en directo, cosa que llevan haciendo por Europa desde el pasado mes de noviembre, se hacen acompañar de otros músicos de su confianza, gente con la que ya han colaborado antes. Pero entonces, ¿cómo explicar un cambio tan evidente? Por encima de cualquier otra consideración que se demostrara también pertinente, hay que atribuirlo a la desconocida tranquilidad y sosiego -personal y creativo- que parece haber alcanzado el grupo en los últimos tiempos, desde la gestación del anterior disco –año 2000- hasta el presente. Nunca antes habían disfrutado de esa serenidad durante tanto tiempo, y las consecuencias saltan ahora a la vista. Pero antes de enumerar lo que aquí supone una novedad, cerremos los ojos por un instante y apuntemos lo que The secret migration comparte con otros trabajos en la carrera de los americanos.

Una vez más nos encontramos con unas composiciones que tienen en la suntuosidad y en la elegancia sus más firmes cimientos. Ya en sus álbumes iniciales –Yerself is steam, 1991; Boces, 1993-, convivían exuberancia, una extraña armonía, lucimiento, contundencia, e incluso arrogancia, y actualmente, pasada la turbulenta y genial juventud y de lleno en la fructífera madurez artística del grupo, sigue quedando para el aficionado un estilo personal, trascendiendo referencias y admiraciones, en un intento por conquistar un espacio propio en la música de nuestros días. Para ello convocan poderes que nos resultan ya familiares. Comenzando por unas letras donde tiene cabida la naturaleza más misteriosa y evocadora: luz frente a oscuridad, bosques en penumbra, noches en buena compañía, pájaros, arañas, casi el universo en cada canción (la metafórica Black forest, Arise, o In a funny way, primer single y seguramente el corte más flojo de todos). Además, un sonido que hace causa del contraste: el choque del pesado sonido de las guitarras y los metales -no tan lejano a veces de la distorsión- y la lírica de una voz sólo en apariencia frágil (Secret for a song). En suma, un estilo que gusta tanto de atmósferas recargadas, complejas, como de la desnudez, y que suele abrir los temas con una delicada introducción para dejar paso después a la mayor intensidad que en ellos se encierra (Vermillion).

Pero, por fin, lo que hace diferente a The secret migration es el sentimiento optimista que recorre la mayor parte de sus trece canciones. Los temas tratados no suponen gran novedad -entrega, viaje, contemplación, paso del tiempo, las vidas en manos de una voluntad superior-, pero el enfoque que se hace del más importante de todos, el amor, sí revela un evidente cambio de perspectiva. Lo que en ocasiones era doloroso, el abandono que conducía al suicidio o el agotamiento de vivir con el rumbo perdido, ahora se ha vuelto pasión, confianza y ternura (In the wilderness, Across yer ocean). Incluso donde se asoma la melancolía, la tristeza queda suavizada y el tono dominante se resiste a caer en la desesperación (My love, The climbing rose). Tan solo uno de los temas transmite la suficiente tristeza como para desarmar al oyente (First-time mother’s joy), pero encajado en un movimiento general mucho más esperanzador, su aparición únicamente se desvelará como un bello recuerdo. Sumándole a todo ello una buena -y sorprendente- disposición a usar la electrónica en pequeñas dosis (Diamonds o la liviana Moving on, con unos coros prodigiosos), y un epílogo ensoñador que transmite ante todo quietud y descanso (Down poured the heavens), el resultado es una colección de canciones más compacta que en la ocasión precedente, y la impresión que causa se aleja sutilmente de la que dejaban trabajos anteriores de Mercury Rev. Y tal vez abra la puerta a un futuro cambio de dirección -el título no puede ser casual- como el que supuso en su momento See you on the other side, ahora más que nunca un disco a reivindicar.

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