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Primavera Club 2012. Día 3

Primavera Club 2012. Día 3: Toy, Deerhoof, Mark Lanegan Band, Ariel Pink’s Haunted Graffiti y The Vaccines.

La edición 2012 del San Miguel Primavera Club acabó ayer sábado después de tres noches de buena música, grandes momentos, y alguna que otra sorpresa. La música, el arte y la cultura en general están amenazados en estos tiempos de crisis (económica y de principios), pero aunque gran parte del público bailara y se divirtiera ayer conscientes de que puede ser, de verdad, la última noche de Primavera Club, el caso es que todos ellos bailaron, se divirtieron, y se empaparon de música de calidad; ayer, particularmente. En una jornada que transcurrió para nosotros íntegramente en el Sant Jordi Club, brillaron especialmente todas las bandas: cada una desde un ángulo o un punto distinto de esto tan bonito que llamamos música, pero entre todas conformaron una noche redonda. Tanto es así, que nos acordamos más bien poquito de que este era el día de la cita que nunca fue con Cat Power.

A eso de las 20h empezó la que ha sido una de las grandes sorpresas positivas del festival: Toy. Los británicos, con representación española a los teclados, confirmaron nuestras sospechas y van camino de convertirse en el pelotazo del verano que viene, o del siguiente. En algo más de media hora montaron un concierto muy bien armado, basado en el poder de las guitarras y en una plasticidad notable a la hora de manejar las atmósferas resultantes y la masa de sus canciones. Lo cierto es que con un disco muy bueno, al que además todavía le queda muchísimo recorrido, logran planear un concierto aún mejor: si el Toy (Heavenly, 2012) ya engancha, sus directos generarán torrentes de fans de edades varias. Para colmo, Toy en concierto no suenan en absoluto a revival oportunista de las evidentes y distinguidas fuentes de las que bebe: son puramente el resultado musical de ellas, desde la lozana creatividad de un grupo de buenos músicos y compositores.

El de ayer era un día especialmente interesante también en cuanto a las puestas en escena, grupos visualmente atractivos, llamativos cuanto menos, y estéticas musicales muy proclives a suculentas proyecciones lumínicas. En ese sentido tampoco desentonaron los Toy, que aparecieron como la buena banda de rock que son: fogosos, por momentos bastante brillantes, y además muy británicos. Inclasificables, también en cuanto a una procedencia lógica por su sonido, resultaron en todos los aspectos los Deerhoof, que tocaron a continuación. La imagen choca: una japonesa diminuta al bajo, Satomi Matsuzaki, flanqueada en el centro del escenario por un guitarrista de aspecto salsero y dos norteamericanos medios rubios a la batería y a la otra guitarra; pero su sonido lo hace aún más. Los de San Francisco no son nuevos en esto, pero resultan tan imprevisibles como el primer día, exaltando con su especie de pop-punk-noise de parvulario y ritmos endiablados y entrecortados todo lo que huela a experimentación.

Deerhoof venían substituyendo a Chan Marshall, aunque no obviamente en su misma parcela de sonido, y los muy desvergonzados se ganaron a buena parte del público, que no los conocía, a base de ritmos saltarines, punzantes aristas de gomaespuma y fieltro de colores, y por su simpatía. Pese a sus dificultades de expresión en nuestras lenguas, se mostraron respetuosos con ellas, cantando incluso una canción con letra en catalán; pidieron colores, un “persones grande”, y sacaron a paseo con tranquilidad su extroversión. Todo lo contrario que lo que sucedería a continuación: porque hay quien, como los Deerhoof, se abre y te cuenta todo sin complejos y sin que les preguntes nada, y hay quien se deja abrir solo a regañadientes, y enseña los dientes a la par que unos interiores hostiles y tendentes a la bronca.

Mark Lanegan entraba en el escenario. Se dice que en ese instante las infinitas feromonas que llevaban su nombre podrían haberle hecho explotar, pero el de Ellensburg (WA), ni se inmutó. Con una formación envidiable, la Mark Lanegan Band repartió sin contemplaciones lecciones de rock del de toda la vida; del de las botas que hacen ruido de tipo duro a cada paso y cuero oscuro. La banda traduce a la perfección el carácter dominante y nublado de Lanegan, que solo se dedicó a cantar, con su voz cubierta y cavernosa, y a llenar de carisma hasta el último metro cúbico de la nave industrial donde estábamos. Tal vez después de un buen rato de respirar el profundo, embriagador y denso aroma a hombre que emanaba del escenario el concierto empezó a resultar algo macizo, y más bien impenetrable. No obstante, con una sola de las canciones que interpretaron, con uno de los mejores sonidos que ha dado el Sant Jordi Club en estos días, les habría bastado para sentar cátedra.

Ignoro que clase de conversación podrían tener Mark Lanegan y Ariel Pink, pero desde luego, si nos basamos en la música que hacen y en la forma en la que están sobre un escenario, son absolutos polos opuestos. Donde el ex de los Screaming Trees rebosa seriedad y sobriedad, el de Los Angeles desfasa de extravagancia; acompañado uno por señores de etiqueta negra, y el otro por peculiares convidados de piedra fantasmagóricos. Pero el caso es que Ariel Pink’s Haunted Graffiti cogió el testigo de Lanegan, y durante un buen rato se marcó un concierto para enmarcar: no solo por los hits tipo Round And Round o por la pose incuestionablemente atrevida, sino sobre todo porque cumplieron con lo tácitamente prometido, al menos mientras duró su inspiración y cordura. Desde que se ha lanzado al éxito comercial, Pink ha dejado entrever en su discos más recientes una actitud poco convencional, pero increíblemente creativa y libre, y la expectativa generada se cumple con creces.

Lo que Ariel Pink’s Haunte Graffiti ofrecieron durante quizá menos tiempo del esperado fue una versión muy particular de la herencia de la música de los ’70, destilada por una mente caleidoscópica, luminosa y desnuda. Y lo hacen desde el rodeo casi dadaísta a un sinfín de géneros musicales que solo tocan con su varita mágica de bruja puesta de un ácido más bien flojito. Desde luego, pocos pueden hacer lo que hace esta gente; y, por lo visto, ellos tampoco pueden hacerlo durante mucho rato. Por el contrario, lo que hace The Vaccines sí creo que lo hace otra gente, mucha gente: antes, durante y después de ellos; y además no lo hicieron ni una hora. Eso sí, lo dieron absolutamente todo, y sorprende que hayan ganado tanta consistencia, definición y seguridad en tan poco tiempo. Así que supongo que se comportan como lo que son: portaestandartes armados con guitarras que portan auténticos himnos sobre sus hombros.

Alguien dijo que se saben a la perfección todas las poses del rock, y no le faltaba razón: son cañeros, grandes y explosivos, y aunque por momentos la voz le luce menos que en los Cds, Justin Young lidera la banda como un frontman experimentado y siempre listo para la batalla. Tocaron especialmente bien All In White, Wreckin’ Bar (Ra Ra Ra) y Teenage Icon, de su nuevo trabajo Come Of Age (Columbia, 2012), que les ha confirmado como un valor en alza en el panorama rock, siempre necesitado de renovación y nuevos ídolos. Todo el Sant Jordi disfrutó con un concierto que, para muchos, cerraría esta edición de Primavera Club. En realidad, antes de la clausura definitiva, quién sabe si para siempre jamás, quedaba la actuación de The Fields y la de James Holden, pero los riñones de un servidor dijeron basta con el prematuro adiós de The Vaccines. Así que, con todo mi pesar: Adiós, Primavera Club Barcelona.

Fotos de Pablo Luna Chao.

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