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Los libros de la semana

Entre los libros más vendidos encontramos las entradas de El legado de los espías (Planeta) de John Le Carré, El día que se perdió el amor (Suma) de Javier Castillo y Ordesa (Alfaguara) de Manuel Vilas, así como en infantil El libro de Gloria Fuertes para niñas y niños (Blackie Books). En cuanto a las novedades:

Pequeño país (Salamandra) de Gaël Faye.Galardonado con el prestigioso Goncourt des Lycéens, entre otros muchos premios, este «pequeño libro» fue la sensación literaria en Francia en 2016. Su desgarradora belleza, su honda melancolía y su intenso dramatismo conquistaron el corazón de miles de lectores, un fenómeno extraordinario que ha generado una venta de más de setecientos mil ejemplares hasta la fecha.

Hijo de una ruandesa tutsi y un empresario francés instalado en Burundi, Gaby tiene diez años y se pasa el día con su panda de amigos en las calles de Buyumbura, un escenario propicio a todo tipo de aventuras: robar mangos en los jardines del barrio, fumar a escondidas, descubrir la pasión por los libros en la casa de una extravagante vecina y bañarse en el río al atardecer. Un paraíso que empieza a resquebrajarse con la separación de sus padres y luego se rompe en mil pedazos con la irrupción de la guerra, que provoca una marea incontenible de odio y violencia que lo impregna todo y obliga a Gabriel y su hermana a marcharse a Francia.

Dos décadas después, aquel niño convertido en hombre regresa a su pequeño país y rememora los tiempos felices: el perfume de los árboles frutales y las plantas aromáticas, los paseos vespertinos entre los setos de buganvillas, las noches en vela tras un mosquitero agujereado, las termitas los días de tormenta, las reuniones secretas en la furgoneta abandonada.

Una existencia sencilla, apacible, banal, cuyo recuerdo impulsa a Gabriel a dejar constancia de que aquel mundo existió, que fue una realidad hasta que los hombres y mujeres que lo habitaban se vieron obligados a tomar partido y aniquilarse mutuamente o a exiliarse en otras latitudes.Traducción: José Fajardo González.

Moriría por ti (Anagrama) de F. Scott Fitzgerald.Empresarios atrapados en un psiquiátrico por error; guionistas reconvertidos en vagabundos para encontrar la inspiración perdida; soldados capturados y colgados por los pulgares; seductores legendarios por quienes se suicidan todas las mujeres; pero también herederas tan ricas como torpes a las que resulta imposible encontrar marido; jóvenes cuya hermosura no para de acarrearles problemas; adolescentes que descubren la gran ciudad por primera vez, y un buen número de chicos que conocen a chicas y viceversa: sobre estos y otros personajes escribía, entre 1920 y su muerte en 1940, F. Scott Fitzgerald en el puñado de relatos que se reúnen por primera vez en Moriría por ti y otros cuentos perdidos.

Textos recientemente descubiertos y también textos repetidamente descartados por editores que no reconocían en ellos la marca registrada de uno de sus autores más identificables, aquí embarcado en la exploración de nuevos tonos y temas, en más de una ocasión moldeados sobre materiales autobiográficos: lo son los que inspiran Pesadilla, Qué hacer o Ciclón en la tierra muda, cuentos respectivamente ambiguos, excéntricos y cómicos sobre hospitales psiquiátricos como los que albergaron a la esposa de Fitzgerald, Zelda; lo es la anécdota de partida de la cruda pareja Pulgares arriba y Cita con el dentista, extraída de la historia oral familiar; y lo son, desde luego, las múltiples referencias cinematográficas que permean estos cuentos, que incluyen tres esbozos en los que el Fitzgerald guionista trabaja a caballo entre el slapstick, la screwball comedy y el melodrama familiar. Textos que abrazan la sátira, el humor físico y otras múltiples formas de la comicidad junto a textos que al estilo chispeante y agilísimo de Fitzgerald, a su ingenioso despliegue de réplicas y contrarréplicas y a la ligereza luminosa y elegante, la desafiante libertad, que envuelve sus personajes y escenarios, añaden notas de oscuridad imprevista y osada: la de la locura, la de la guerra y la del suicidio; la del alcohol, la enfermedad y el desamor. Textos, en fin, en ocasiones muy caros a su autor, que se abstuvo de limar sus aristas más incómodas para que encajaran en el retrato oficial de Fitzgerald, incluso a costa del injustificado destierro al que se vieron sometidos, y del que ahora los rescata este volumen primorosamente anotado y presentado por Anne Margaret Daniel, capaz de dialogar con toda la obra de Fitzgerald al tiempo que la resignifica y expande.«Una bienvenida adenda al canon de Fitzgerald» (Paul Alexander, The Washington Post).

La fiebre negra (Nordica) de Andrea Barret. Un libro de relatos breves y elegantes sobre el amor a la ciencia y la ciencia del amor. Entretejiendo personajes históricos y de ficción, abarcan el pasado y el presente a medida que negocian el complejo territorio de la ambición, el fracaso, el logro y los sueños rotos.

Darwin, Linneo o Mendel aparecen en las páginas de estas historias mezclados con las vidas de parejas de ficción. La ciencia se transforma de hecho duro y conocido en material de ficción maleable, extraño y emocionante. La misma Andrea Barrett señala: «Siempre he estado muy interesada en los que practican la ciencia y en sus historias. Lo que más me interesa es la historia natural. En su apogeo, a mediados y finales del siglo XIX, cuando la gente salía y reunía los primeros grandes depósitos de datos e intentaba entender qué era lo que vivía y crecía en todas partes, había una sensación de frescura en esa búsqueda. Era muy emocionante». En la tradición de Alice Munro y William Trevor, estas ficciones exquisitas- ganadoras del National Book Award 1996- abarcan vidas enteras en un breve espacio.

Llega la negra crecida (Sexto Piso) de Margaret Drabble. «La vejez sí es un tema para el heroísmo. Requiere mucho valor», dice Francesca Stubbs, la protagonista de esta novela. Fran pasa de los setenta, aunque goza de salud y autonomía, y a pesar de que hace tiempo que debería estar jubilada, trabaja gustosa para una institución benéfica que ofrece asistencia a ancianos que deben afrontar toda clase de penurias. Las personas que la rodean –su amiga Josephine, su exmarido Claude…– se ven abocadas a luchar por salvaguardar la dignidad en el último tramo de su existencia, una existencia que, más que disfrutarse, se sobrelleva en un carrusel de achaques y limitaciones de todo tipo. Así las cosas, Fran será una suerte de Virgilio –un Virgilio cercano, enamorado de los pequeños placeres de la vida– que guiar al lector por los infiernos, a menudo convertidos en un tabú, de la vejez. Porque uno diría que el tabú definitivo es la vejez, antes incluso que la muerte: la fragilidad y el irremediable declive, la vergu?enza que se deriva de ello, y ese educado olvido al que son relegadas las personas mayores por una sociedad en la que ya no encajan.

Llega la negra crecida es un libro profundo, por momentos sarcástico, con ecos de Simone de Beauvoir y Samuel Beckett, por el que discurre una emotiva e inolvidable galería de personajes acosados por la muerte y el desastre –siempre inminentes cuando uno ha traspasado ese non plus ultra de lo provecto– que se aventuran a vivir la vida lo mejor que pueden y con la misma urgencia que los demás. Y por eso la obra de Drabble es tan valiente, tan hermosa: porque lleva a cabo la revolucionaria idea de tratar a los ancianos como personas, porque habla desde la comprensión y el amor. Una novela que plantea qué es una buena vida y, por lo tanto, qué es una buena muerte.Traducción de Regina López Muñoz

Trayectoria (Navona) de Richard Russo.Traducción de Enrique de Hériz. Siguiendo la línea del best seller Tonto de remate, publicado por Navona, Russo nos entrega nuevamente una serie de historias cortas que demuestran que el ganador del premio Pulitzer porEmpire Falls es también un maestro en este género. Los personajes de Russo en estos cuatro expansivos relatos tienen poco que ver con los obreros característicos de muchas de sus otras novelas.

En “Jinete”, una profesora se enfrenta a un joven plagiario a la vez que a su propia debilidad mientras se avecina el día de Acción de Gracias. En “Intervención”, un agente inmobiliario con un ominoso informe médico se enfrenta a la sombra de su padre a la vez que sigue (o no) hacia delante. En “Voz”, otro docente acude a la Biennale de Venecia semi-huyendo de cierto incidente con una traumatizada estudiante, pero para encontrarse con mayores complicaciones en el laberinto de la ciudad. Finalmente, en “Milton y Marcus”, un caduco novelista se pelea con la enfermedad de su esposa e intenta recuperar su carrera como guionista, a la vez que lo bloquean las meteduras de pata con cierta estrella madura. “Pensativo, conmovedor… Romperá abruptamente tu corazón. Eso es lo que hace Richard Russo, sin pretensiones ni alborotos, una y otra vez.” Jennifer Senior, The New York Times

Una vida prestada (Lumen) de Berta Vias Mahou. Era alta, de huesos grandes y andares enérgicos, como si la vida le hubiera encargado una misión y ella fuera a cumplirla sin miramientos. Vestía abrigos amplios, faldas y vestidos que le tapaban las rodillas, sombreros de ala ancha y zapatos cómodos de tacón bajo.

Podemos imaginarla caminando por las calles de Nueva York o Chicago en los años sesenta del siglo pasado y llevando de la mano a unos niños porque Vivian Maier, la gran fotógrafa que ahora recibe el aplauso internacional de la prensa y del público, durante toda su vida fue ni más ni menos que una niñera, una mujer sin familia, sin hijos y sin casa propia. Lo único que siempre sintió muy suyo era una máquina fotográfica que la acompañaba a todas partes, colgada del cuello o escondida en un bolsillo. Fue así cómo robó la sonrisa de unas niñas, la mueca ácida de una anciana o su propia mirada, cargada de preguntas.

En Una vida prestada (Lumen), la escritora Berta Vias Mahou nos introduce en la vida de la gran fotógrafa Vivian Maier, el secreto mejor guardado de la fotografía norteamericana. Durante cuatro décadas, Maier dis­paró sin descanso su cámara ante todo aquello que llamaba su atención; escenas que describían un mundo, el de los más desfavorecidos, el de los raros, como ella, y que, a la vez, documentaban la vida primero en la Nueva York de los 50 y después, en el Chicago de los 60 y los 70 e incluso los 80, hasta que el agente inmobiliario John Maloof dio con los miles de negativos que, durante años, ha­bía atesorado sin poder llegar a imprimir por falta de recursos.

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