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Leonard Cohen (Palacio de los Deportes, Madrid, 05-10-2012)

Muchas son las personas que agradecen a Kelley Lynch los varios millones de dólares sustraídos de la fortuna de Leonard Cohen mientras éste se encontraba de retiro espiritual en un monasterio budista de Los Ángeles. El canadiense, de forma inesperada, se vio obligado a retomar una carrera que parecía haber escrito su último capítulo años atrás. La vuelta a los escenarios tras década y media de ausencia, incluyendo varios recitales en nuestro país, tuvo un éxito apabullante. Desde entonces Cohen se ha mantenido activo, llegando a editar hace unos meses Old ideas (2012), un álbum que, pese a las apariencias, jamás se podrá catalogar como menor dentro de su discografía. La segunda gira tras la debacle financiera se presentaba, pues, bajo el nombre del nuevo trabajo; Barcelona y Madrid volvían a recibir a un Cohen que el pasado 21 de septiembre cumplía 78 años.

¡La edad! No son pocos los que solicitan urgentemente la jubilación anticipada de muchas de las figuras más importantes de la música popular. Personalidades de talla gigantesca como McCartney, Dylan o los Stones suman gran número de votos para que bajen de los escenarios de una vez por todas -este año despotricar contra la maravillosa reunión de los Beach Boys ha sido lo más recurrente-. Curiosamente, todos ellos suelen pertenecer a esa especie que intenta devolver lo mucho que se paga actualmente por una entrada: raro es que no superen las dos horas de actuación, llegando a las tres -y más allá- en el caso de Bruce Springsteen o un Leonard Cohen del que dudamos mucho que esté obligado a preparar un concierto con más de treinta temas por noche. Además, suelen contar con una puesta en escena sobresaliente, sonido incluido, algo de lo que difícilmente podemos presumir por aquí.

En cualquier caso, Cohen volvió a triunfar en un Palacio de los Deportes abarrotado. Vaya por delante que no existe la perfección: la incomodidad de las sillas de pista, el ajustado volumen del sonido y la escasa eficiencia de ciertos acomodadores que cuentan con las neuronas justas para echar el día son minucias, pero ahí están. A ello podríamos sumarle ese tramo algo flojo e innecesario en donde el protagonismo vocal recae sobre Sharon Robinson -figura destacada dentro del mundo Cohen- y las monísimas Webb Sisters, todas ellas inconmensurables a los coros -y sí, también en las acrobacias-. Por lo demás, todo bien, perfecto: difícilmente se podrá disfrutar hoy en día de una acústica tan impoluta y elegante en un recinto similar. De los nueve acompañantes del canadiense sobre el escenario cabe resaltar también, junto a las coristas, la presencia de Javier Mas -maestro en la guitarra de doce cuerdas, la bandurria y el laúd- y del violinista moldavo Alexandru Bublitchi.

Cohen recorrió prácticamente toda su discografía a lo largo de las treinta y tres canciones que nos ofreció. Dos tramos principales -con descanso- junto a tres inagotables bises fue la estructura de un directo cimentado en una voz que prácticamente recita. Mientras tanto, Cohen se encoge, se arrodilla o se saca el sombrero en señal de respeto y agradecimiento ante nosotros y su banda. Clásicos como Hey, that’s no way to say goodbye, Tower of song o Suzanne fueron, como no podía ser de otra forma, de las más vitoreadas. También tuvieron buena acogida los cuatro temas de su último trabajo, especialmente ese Going home en cuyos primeros versos el canadiense nos confiesa que “le gusta hablar con Leonard, ese perezoso bastardo que vive en un traje”. La parte final incluye, entre otras, I’m your man, Hallelujah, Take this waltz o Famous blue raincoat, uno de sus relatos más fascinantes. Por otro lado, no podemos olvidar los cinco intensos minutos de The partisan, ¿será alguien capaz algún día de apartar ese momento de su cabeza? Una vez finalizada la versión de Save the last dance for me, Cohen abandona definitivamente el escenario dando saltitos, tal vez los mismos que en alguna ocasión han dado nuestro corazón al escucharle cantar, recitar, contar. Nos quedamos sin palabras: él las tiene todas.

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