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Sonic Youth – Sonic nurse

Si ya cerca de sus comienzos, allá por 1986 (año de Evol), se veía la estela de la Velvet y parte de la New Wave de su país, y teniendo en cuenta que aún continúan en activo con un disco como el que nos ocupa, no podemos más que alegrarnos de que Sonic Youth sigan dando guerra. Y de qué manera.

Después de su primer gran dardo emocional y desgarrador, que no es otro que Evol, continúan en sus trece y sale a la calle Sister (1987), donde confirman que son una gran banda y donde resurge una vez más la guitarra como único instrumento de rebeldía, más primario y espontáneo que estudiado. La experimentación se transforma en un lenguaje particular capaz de revolucionar cualquier oído sensible a nuevos caminos.

Ya en el 2000 con su NYC ghosts & flowers se empezaba a vislumbrar un poco de luz al final del túnel, tras haberse perdido en el mainstream años antes. Y fue dos años después, con Jim O’Rourke como incorporación fija en el grupo, cuando volvieron a hacernos creer que todavía quedaba Sonic Youth para rato. Murray street supuso un acierto en toda regla así como la confirmación de que la calidad compositiva y las grandes ideas no se habían muerto, sino que habían mutado hacia un sonido más depurado pero sin perder un ápice de su gran personalidad.

En el año que nos ocupa, vuelven a ser noticia sacando a la calle esta enfermera sónica (Sonic nurse), que viene dispuesta a ponernos la inyección que nos salve definitivamente y que nos haga creer que el rock ni mucho menos ha muerto. Ya en el comienzo del disco con Pattern recognition avisan de que sigue siendo la guitarra la voz más afilada e hiriente de todas. Unmade bed parece lo que no es, pero cuando llevamos algo menos de dos minutos, nos damos cuenta de que todo lo que ha hecho grande a esta banda sigue intacto e inmutable.

Y aunque en la irónica Kim Gordon and the Arthur Doyle hand cream se tornan más salvajes y ocurrentes, es en piezas como The dripping dream o Stones (inolvidable melodía de guitarra) donde se nota más claramente su evolución, que ha cargado de un nuevo aire a las canciones, sonando más limpias y cercanas en pro de lograr un mayor acercamiento a su público. Suma y sigue. Todo un acierto teniendo en cuenta que el ritmo del disco en ningún momento presenta bajón alguno, sino todo lo contrario. Ahora pongo como ejemplo la inspiradísima New Hampshire, o Paper cup exit con esa rabia contenida al inicio que se torna inestable conforme avanza la canción.

No se puede sentir otra cosa que admiración por este gran grupo que, más de veinte años después de sus comienzos, nos sigue mostrando cómo se ha de hacer rock, poniendo toda la carne en el asador y parte de esa juventud sónica que aún no ha muerto en ninguno de ellos. Sobre todo con un final a la altura de Peace attack. ¿Será la varita mágica de Jim O’Rourke? ¿Estarán tocados por la gracia divina que sólo alcanza a unos pocos? Sea cual sea la respuesta, vamos a disfrutar del presente y de este Sonic nurse que se erige como un disco muy a tener en cuenta para colocarle en un lugar de honor en este 2004.

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