Por muy mal que les vaya en un futuro lejano –parece que éstos están aquí para quedarse por muchos años-, siempre que vea a Vampire Weekend recordaré aquella noche del Primavera Sound. Era la edición de 2008 y este grupo de pijines venía dispuesto a demostrar que era algo más que hype. ¡Y vaya si lo consiguieron! Ezra Koenig y los suyos pusieron el Fórum patas arriba en un concierto que pasará a los anales de la memoria colectiva. Aunque no ha pasado mucho de aquella noche, la situación sí ha cambiado. Los vampiros son ahora número uno de listas en todo el mundo y están a un paso de convertirse en algo así como una banda generacional: sólo había que dar un vistazo alrededor para comprobar la de teens que abarrotaban el otro día la sala Razzmattazz.
En lo estrictamente musical, estos chicos son unos hachas. Saben mezclar con elegancia y savoir faire los ritmos africanos con el indie pop de siempre, para crear verdaderos misiles de esos que ponen a todo el mundo en pie en una fiesta. Además, los saben interpretar con precisión y carisma sobre el escenario. Con este panorama parecía que los de New York iban a cortar las dos orejas y el rabo, pero algo se truncó al final. Tras un puñado de hits de la vida, como son M79, Cousins, A-Punk y Oxford comma, la banda se retiró a los camerinos y volvió para tocar Walcott, desapareciendo después como alma que lleva el diablo, con el consiguiente enfado del público, totalmente justificado si recordamos que la entrada costaba 25€ + gastos. Había transcurrido poco más de una hora de concierto y en el tintero se quedaba Horchata, su último gran éxito. Al día siguiente se dijo que Ezra se quedó sin voz por problemas de asma, pero allí no se dio ningún tipo de explicación, quedando en entredicho la profesionalidad del grupo. Toda una lástima, porque un concierto que empezó siendo memorable acabó convertido en una noche para olvidar.
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