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[Crónica] Bruce Springsteen (Viena, 18/07/23)

Como decía en su canción, Bruce Springsteen sigue siendo más duro que el resto. Si no fuera así, sería imposible concebir que un músico de 73 años mantenga la misma energía durante más de tres horas: una fuerza de la naturaleza. Sin fuegos artificiales, sin grandes decorados, si efectos especiales, sólo las canciones. Con la solemnidad digna de los mejores conciertos, cada uno de los músicos de la E Street Band fue saliendo al escenario del estadio Ernst Happel con el aplauso emocionado del público. Finalmente el griterío cambió a estruendo con la aparición de Springsteen, vestido con sus característicos jeans azules y camisa negra con mangas enrolladas, que llegó el último para interpretar con su Telecaster, sin concesiones ni presentaciones,  la melodía de No Surrender. Resulta curioso cómo una canción que no llegó a ser ninguno de los siete singles de éxito de Born To Run– solo se incluyó en el álbum por insistencia de Steven Van Zandt- es ya un elemento básico de sus conciertos, tanto que en esta nueva gira se ha convertido en su apertura.

Springsteen no cedió a la tentación de una actuación de solo greatest hits, así que no tardó en regalar a la audiencia- estratégicamente bien colocadas al principio del set, aunque dejaría la mejor para el final- un par de su álbum de 2020 Letter To You, el último con canciones originales y primero desde 2014 con la E Street Band, la canción homónima así como Ghosts, no sin antes deleitar con el ritmo explosivo de Prove it all night del álbum Darkness on the Edge of Town, protagonizando el propio Springteen uno de los mejores solos de guitarra de la noche. Como la aguja de un tocadiscos, Springsteen no pareció partidario de pausas, y la introducción de “uno, dos, tres, cuatro” para The Promised Land le llevó al primero de sus numerosos viajes por los escalones del escenario hacia la audiencia de las primeras filas. Los más jóvenes allí congregados que acompañaban a sus padres- los que en su momento probablemente mantendrán viva la llama del mito el día de mañana- solían ser los destinatarios y favorecidos de las púas que no dejaba de regalar cada vez que se acercaba. Para no cansar a la audiencia- si es que esto podía ser posible- Springsteen alternó en su setlist todos los estilos de su extensa discografía: canciones potentes, como la favorita Out In The Street de The River, con ritmos igual de vertiginosos como Working On The Highway, reconocible desde los primeros acordes, interpretada bajo su guitarra acústica atada y lejos del resto de músicos, seguida de Darlington County, otra habitual de los directos del Born in the USA, uno de los discos estrella de la noche. Kitty’s Back, de más de diez minutos, con una voz aún más desgarradora que la de Tom Waits, se convirtió, cuando aún no se había cumplido la mitad de la actuación, en un auténtico tour de force de la banda al completo. Aunque Springsteen es la estrella, contemplar la espectacularidad de la E Street Band en acción fue un aliciente que complementó la velada a la perfección.

Su versión de Nightshift– la única aportación de su más reciente álbum de versiones de clásicos del soul- de los Commodores sirvió de respiro, aunque breve, a la noche de auténtico rock en vivo. La virtud de Nightshift– que interpretó junto a los destacados del E Street Choir, Curtis King Jr. y Ada Dyer- es que es una canción soul tributo al soul mismo, en concreto a Jackie Wilson y Marvin Gaye, donde se incluyen letras de algunos de sus clásicos. Tras la coreada Mary´s Place“¿Hay alguien por ahí que crea en la fe, el poder y la grandeza del rock and roll/soul?”- bien colocada en el setlist ya que también está directamente inspirada en una canción de Sam Cooke,  los primeros acordes de The River terminaron de noquear definitivamente a la audiencia. A pesar de haberla interpretado cientos de veces, Springsteen pareció emocionado al final, tal vez por la especial recepción del público. Una emoción que continuó con The Last Man Standing, durante la cual contó cómo aprendió su oficio en sus años de escuela secundaria como miembro de la banda The Castiles de la década de 1960 y cuando su amigo George Theiss falleció en 2018, dejando al cantante como el “último hombre en pie” de su primer grupo. Los sentimientos a flor de piel continuaron con Backstreets de Born to Run, seguida de Because the Night– de la época de cuando Springsteen cedía sus mejores canciones y su manager se enfadaba con él- con otro magnífico solo de guitarra, esta vez a cargo de Nils Lofgren. Tengo que puntualizar que la agitación, al menos hasta ese momento, se notaba más en la gente que estaba de pie, ya que salvo excepciones, el público de las gradas permaneció sentado, y, a veces, un tanto circunspecto. Fue ya en la recta final del concierto- antes de los primeros bises- cuando finalmente comenzó a levantarse, sobre todo a partir de The Rising y, ya con la euforia desatada, en el coro final de la formidable Badlands, esta última con el lucimiento de Springsteen a la guitarra y el saxo de Jake Clemons.

A partir de ahí, Thunder Road, Born To Run, Bobby Jean, Glory Days y Dancing in the dark apenas se escuchaban desde el escenario mientras el público cantaba. Glory Days-que vino acompañada de su sugerencia a Stevie de que era hora de irse a casa- fue interpretada de una forma cómplice y juvenil por ambos músicos, mientras bailaban alrededor del escenario e incluso se acercaban a las cámaras para hacer algunas muecas. El espectáculo continuó con emoción adicional sentida con Tenth Avenue Freeze-Out, antes de que Bruce cerrara con una versión acústica de I’ll See You in My Dreams, mientras el resto de la banda abandonaba el escenario. Paul McCartney le dijo recientemente a Conan O’Brien en su podcast que “nadie” hacía sets largos durante la época de los Beatles porque había muchos otras bandas en un espectáculo. “Ahora, la gente hace tres, cuatro horas. Culpo a Bruce Springsteen. Se lo dije. Le dije: ‘Es tu culpa'”. Lo cierto es que hoy en día se hacen pocos conciertos de tantas horas, porque cada vez van quedando menos artistas con un repertorio tan extenso y admirable como el de McCartney, Elton John o Bruce Springteen. En cierta forma, en el rock, es también el último de los grandes en pie, o, al menos, uno de los últimos. Incluso cuando nos dice que la vida es fugaz, sus actuaciones aún parecen decirnos lo contrario. Tal vez ahí resida su auténtica magia. 

 

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