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Aloud Music Festival 2013. Día 3

Aloud Music Festival 2013. Día 3: The Joe K-Plan, Lisabö y Toundra.

Supongo que hoy se habrá despertado Sergio Picón preguntándose ‘¿ya está? Tantos años dedicados a Aloud Music, tantos meses montando el festival, preparaciones, nervios, reuniones, obstáculos superados, para que luego pasen los tres días en un suspiro y, de pronto, ya sea domingo 10 de febrero’. Pues no, no está. No quiero repetir la retahíla de agradecimientos y elogios que todos y cada uno de los grupos que han participado en esta primera edición del Aloud Music Festival han vertido sobre él y su gente (Natalia, Sonia, Cecilia, etc…), pero lo cierto es que han montado un señor festival. El catálogo de bandas ha funcionado, el formato, el sonido y el apartado técnico, incluso el público ha respondido, ya no solo abarrotando las tres salas, sino por su actitud respetuosa con la música, los músicos y el resto de espectadores. Aprobados con nota, y esperando que sigan creciendo, porque se lo merecen.

Anoche era el día grande, el que se celebraba en Apolo, con dos de las bandas más serias y reverenciadas del panorama alternativo nacional, y un reencuentro para los coleccionistas. Toundra y Lisabö son, con toda seguridad, las bandas que más público podían atraer al festival, y se les proporcionó un escenario envidiable, acorde con el espectáculo que ruego rindieron. Pero antes de que la sala se llenase, tuvieron la oportunidad los de nuevo reunidos The Joe K-Plan para asombrarnos con su hard-rock camaleónico instrumental. Mario y César, guitarra y batería, conforman un dúo, eminentemente stoner, que se aferra a la contundencia con vehemencia y grandes dosis de virtuosismo, y hace buen uso del recuerdo de otras bandas que generan en el público: Death From Above 1979, PS I Love You, e incluso Battles o Com Truise por ejemplo. Una explosión caótica de figuras geométricas variadas.

Amigos de Aloud desde siempre, y en parón desde la edición de su Rigan Asesino, Olibia Vencerá (Aloud Music, 2009), establecen una relación sobre el escenario que parece basarse en la proposición mutua de retos musicales, de escalas imposibles de seguir por el ritmo; y de ritmos imposibles de cabalgar por las cuerdas, por muy veloces que sean. Lo cierto es que constantemente hay sensación de riesgo y verticalidad: The Joe K-Plan son sinónimo de vertiginoso, porque además son grupo de adjetivo, más que de sustantivo. Porque su música hace referencia a un método, a una manera concreta de coger una guitarra y una batería, a una forma, a un lenguaje: rehúsan el protagonismo en favor de un claro y entregado ánimo descriptivo. Y eso hace que en directo tengan un gancho impresionante. Al menos el suficiente como para dejar el terreno bien abonado para lo que vendría después.

El (bendito) problema es que los Lisabö superaron cualquier tipo de expectativa. Funcionaron literalmente como si dos grupos bestiales tocaran exactamente al unísono la misma mortífera melodía post-hardcore funeraria, clavando en cada espectador de la ya llenísima sala Apolo unas uñas gruesas, puntiagudas, y teñidas de la tierra que remueven con cada nota golpeada. Hay algo en los vascos, además, que genera un cierto respeto, una cierta distancia reverencial: les envuelve un halo de brillante crispación y de irascible certeza en el mensaje que evoca su sonido. Tal vez todo se deba a la amenazante atmósfera de tensión que logran crear, de extraña, peligrosa y alarmante simetría: su música es como un ultimátum de buen rock duro, gritado desde las tripas; visceral, categórico y arrollador. Estuvieron descomunales en directo: sobrecogedores; pura contracción muscular. De hecho, hicieron que se elevara varios grados la temperatura ambiente del local debido, seguramente, al calor interno de sus brasas y entrañas.

En cierto modo los Lisabö asustan. Pero es una gozada cuando se oye nítido el potente y decadente bramido de la desesperación transformado en música, cadenciosa pero desgarrada, sombría e infausta. Además, pese al aparente descontrol de los miembros de la banda, no le conceden un centímetro al desorden: en todo caso, agarran el caos ardiente con sus mismas manos. Pocos escenarios deben resultar desfavorables para este grupo, pero desde luego tener el privilegio de escucharlos en toda su magnitud, que es mucha, en Apolo, se lo debemos esta vez a Aloud Music. Como también el imparable crecimiento de una banda como Toundra, llamada a popularizar, de una vez por todas, el género en nuestro país. Los madrileños, que tuvieron que disipar primero los restos de ondas sonoras que dejaron los Lisabö, venían a hacer algo distinto esta vez, acompañados de un montón de cuerdas clásicas (Cordes del Món).

Es verdad que lograron un efecto algo más fastuoso, especialmente en un par de temas, pero en general hicieron más o menos lo que la gente se esperaba de ellos. Lejos de ser una crítica, creo que empieza a ser una de las grandes bazas de Toundra: las expectativas que generan, el runrún que les rodea propio de aquellos que sí se construyen un público a base de entrega y desgaste. Poseen un importante poder de atracción, con discos enigmáticos y hermosos, y con una puesta en escena muy directa y frontal. Por ellos, y por colocar a los numerosos vientos en su lugar adecuado, abrieron el telón de fondo del escenario de Apolo; sin embargo, da la impresión de que perdieron un poco la oportunidad de mostrar ese trasfondo y ese eco, más solemne aún de lo que lo hicieron sonaron, que adorna en sus trabajos de estudio el rasgueo torrencial de las guitarras y el bajo, y la monumental arquitectura rítmica de la batería.

Y nada más. Un 10 para Aloud Music. Solo nos queda esperar al próximo otoño para conocer las primeras confirmaciones de la segunda edición.

Fotos de Pablo Luna Chao.

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