Memory is a software.
En un lugar indeterminado de Tailandia, en una gran urbe que todo lo barre como Bangkok, y en un espacio de tiempo que tampoco se nos precisa, transcurre la delicada y sutil historia de Sai (Vajrasthira Koramit), Oom (Wanlop Rungkamjad) y las fotos de localización para un rodaje que un día fueron su nexo de unión. 36, el primer largometraje del joven director Nawapol Thamrongrattanaritt, se compone visualmente mediante la sucesión del mismo número de planos fijos, de entre 1 y 5 minutos de duración cada uno, a través de los cuales podemos intuir y hasta reconstruir una historia, una relación, e incluso los sentimientos que se escondían detrás de ella. Son fragmentos aparentemente casuales de un todo muy íntimo que fluye en silencio, sobre todo más allá del limitado marco que nos muestra cada uno de los encuadres, pero que nos llega de una manera concisa, limpia y clara.
Sai es una joven fotógrafa que trabaja como localizadora de exteriores para películas. El filme comienza con el primer día de un nuevo trabajo, en el que busca, analiza y registra antiguos edificios junto a Oom, el director artístico del proyecto, al que acaba de conocer. Durante los 12 primeros planos, y solo a través de las, en principio, triviales conversaciones que surgen entre ambos en diferentes momentos y lugares, empezamos a entrever una simpatía y atracción mutuas, casi siempre codificadas en relación a la fotografía misma, a la diferencia existente entre mirar y capturar, a la desaparición, y a la limitación del recuerdo cuando volcamos la memoria solo dentro de los límites del encuadre de una foto. Curiosamente, aunque Oom está muy presente en todos ellos, no llega a vérsele la cara en ninguno de los planos, apareciendo solo en algunos de ellos de espaldas o en el reflejo borroso de un cristal.
Al acabar el 12º plano, con un encuadre del movimiento de las nubes en el cielo y el sonido de una conversación de fondo que sugiere que la relación de Sai y Oom se ha estrechado bastante, aparecen los créditos, delimitándose claramente la primera y más importante fase de la historia que nos narra Thamrongrattanaritt. A partir de entonces, y tras un hiato también indeterminado en el tiempo interno de la película, aunque seguramente de varios años, ésta se centra en Sai y en su incapacidad para recordar a Oom, ya que, al haberse dañado el disco duro donde almacenaba el material fotográfico del año en el que trabajaron juntos – forma en la que, metódicamente, organiza todo su trabajo -, no conserva ni siquiera una imagen de él, ya sea mental o digital. Tampoco consigue recuperar aquel material que registraron juntos y que ahora podía servirle para otro rodaje, pero eso no le importa: ha entendido que su memoria está limitada al marco de unas cuantas fotos que ni siquiera enfocaban aquello que ahora tanto busca.
La película, metonímica a más no poder, resulta una experiencia liviana, dulce y hermosa: con un ritmo delicado, músicas suaves en momentos muy concretos y una emoción latente muy bien administrada durante todo el metraje, 36 sorprende por la poderosa fuera de aquello que en ella está implícito. En realidad, ni siquiera sabemos qué tipo de relación llegaron a tener Sai y Oom. Pero resulta secundario porque al final la protagonista no logra reconstruir ni su cara: solo queda el rastro, encuadrado en esos ruinosos 12 planos iniciales, de lo que solo ellos saben qué fue. Una película fantástica, homenaje a la fotografía y a la construcción propia del cine como una ilusión pactada; y una reflexión interesante y magistralmente ejecutada sobre cómo registramos en la memoria las personas que pasan por nuestra vida, las vivencias, las relaciones, e incluso los sentimientos. Y el problema es que Sai lo guardaba todo en ese disco duro.
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